religión nueva y digna de la nobleza de la
humana criatura; fundar bajo su sombra y
ungida con sus perfumes exquisitos, una
moral capaz de dominar y ahogar las sen-
sualidades imperantes, retemplar el carác-
ter de las generaciones para las luchas de
la vida, y echar la semilla de las futuras
nacionalidades libres, dueñas de si, fuertes
sobre los cimientos eternos de igualdad, de
fraternidad y justicia.
Tan cierto es, entonces, que Jesús no
creyó posible la reforma política inmediata,
ni siquiera susceptible de una tentativa, que
la dejó implicita en su sistema de religión
y moral; y asi era, en efecto, desde que la
«politica» no es, en su esencia, otra cosa
que la realización del gobierno de las múl-
tiples cualidades, condiciones y costumbres
de la sociedad, que se organizan y toman
una personalidad de derecho.
El silencio de Jesús ante las acusaciones
y ante la condena de jueces y cónsules que
no reconocia en la intimidad de su con-
ciencia de hombre, de filósofo y apóstol, no
es más que la confirmación de aquel juicio;
y en las horas amargas de la agonía, su
dolor se eleva al Padre, al ideal eterno, á
la posteridad, que guarda para El y los