MAL IA
la Constitución, no el filósofo y maestro de
la doctrina, no el sabio é¿ implacable juz-
gador de las disensiones civiles; era el
pastor apacible que cuenta las bellezas de
la selva, los encantos de la armonía, los
prodigios de sus visiones solitarias, cuando
rodeado por la magnificencia de la tierra
vadel cielo, ha sentido en su corazon en-
cenderse esa grande hoguera donde todos
los odios y las discordias se consumen, y
cuyo reflejo luminoso señala á todos los
hombres una sola ruta. Antes había anun-
ciado á su pueblo la unidad indisoluble de
la Religión y de la Pátria; despues había
enseñado que las luchas de la libertad no
deben cavar fronteras dentro de la tierra
común; ahora con los acentos melodiosos
del arpa de David describía la región su-
prema de la dicha, y guiaba á sus herma-
nos por senda invisible hacia el trono de
la única gloria verdadera, la de Dios, «que
los mundos proclaman, que en el Sol edi-
ficó su tabernáculo, que traslada los montes,
remueve el fondo del mar y trasmite su
gracia y alegría á las mañanas y á las
noches».