a a
la vida contemporánea. Es' que la historia
tradicional de nuestras escuelas y colegios
no se ha epartado aún de sus viejos mol-
des para acercarse más á su hermana ge-
mela, la geografía, que al alimentarla con
sus ricos fluidos vitales y al iluminarla con
sus luces nuevas, la ha transformado en
una ciencia acaso tan positiva como pare-
cen serlo las ciencias sociales.
Sin desconocer en un punto el valor edu-:
cativo de la historia, desde que exhibe á la
imaginación y á todas las facultades afecti-
vas del niño y del joven, los grandes Ca-
racteres, los heroismos y abnegaciones de
todos los tiempos, creo que la enseñanza de
la historia entre nosotros, desarrollada en
íntimo paralelismo con la geografía, recla-
ma por ahora, más que un aprovechamien-
to moral, un trabajo de reinvindicación pa-
triótica, de derechos y títulos de soberanía
con frecuencia olvidados, tanto en las lec-
ciones del aula como en las páginas de los
textos y en los mapas.
Sería contrario al verdadero concepto mo-
ral de la historia, el de falsear la verdad
con fines de utilidad nacional, por grandes
que fuesen, pero es culpable persistir por
más tiempo en un abandono que sólo la