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4 mí me lo daba el corazón.:... Estas y
otras mil cosas se oían sin cesar entre
lágrimas y SUSpiros.....
De pronto, el señor de Hollemberg, que
estaba impasible; que no había movido
sus lábios para pronunciar una sola pala-
bra y que había quedado junto con Merced
á la más larga distancia del sitio del su-
ceso, recoje la rienda, mide con la vista la
distancia, anima á su caballo, inclina su
largo talle hacia adelante, y con un domi-
nio desconocido, imprime con su propio
movimiento un impulso tal al bruto, que
no al más frenético galope, sino á rápido
vuelo, cruzó el largo espacio hasta llegar
á donde estaba el embrabecido animal, y.
con un arrojo, con un valor, con una
maestría y con un acierto que parecían
obras de un poder sobrenatural, logró
atajarlo, detenerlo, dominarlo, sujetarlo
con sus mismas riendas, mientras que con
la mano derecha sostenía por la cintura á,
la fatigada joven, que valiente se había
sostenido sobre la bien segura silla, pero
que nerviosa, horrorizada, convulsa, á la
vez que jadeante, sin fuerza ni aliento, y
no pudiendo resistir ni siquiera unos se-
gundos más la asfixiante Carrera, caía sin
sentido en el preciso momento en que su
generoso salvador la había recogido.
Como toda esta escena fue obra de se-
gundos, la admiración no había tenido
aún tiempo.de espaciarse, cuando ya el
triunfo inspiró los más delirantes vivas y
el aplauso más frenético y unánime.