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PROEMIO
La tradición es la herencia más valiosa que nos dejara nues-
tra ascendencia autóctona, y dentro de ella no deberíamos permi-
tir la intromisión de seres extraños al ambiente, quienes sola-
mente buscan adquirir personalidad.
Tiene su origen en un tronco añoso del que emergieron sus
idiomas, sus danzas y su música vernácula, venero de virtudes
esenciales dotadas por nuestros mayores, y que no se las han de
levar el tiempo ni el contacto con lo impropio.
Su númen subsistirá en el ámbito lugareño de la montaña,
la que auténticamente lo contiene en toda su plenitud, y va trans=
mitiéndolo de generación en generación sin que sufra mudanza.
Tarcos, lapachos y azahares de mis cerros y de mis ríos, de
donde emana lo propio, constantemente renovándose en perfume
y colorido. Influencia confinante del terruño inolvidable que se
reedita en mí y no concluirá sino con el postrero de nuestros
hijos, delante de quienes deberíamos gravar las costumbres con-
sagradas y los hábitos de la estirpe. Que vaya floreciendo entre
ellos sin reticencia y con profusión la legendaria tradición abo-
rígen, práctica de sentimientos mediante los cuales se preserva
y vincula la veneración afín, manteniendo la paz, la moral y la
armonía de la familia.
El arpa, la guitarra, la caja y el bombo legiiero, son los au-
ténticos cultores del acervo musical folklórico en el sentir nativo.
Cofres que guardan fielmente el tesoro de las formas esen-
ciales de nuestro nacimiento espiritual, aquel que nos tra jo la