50 TRIBUNA DEMOCRATA
Voy a leer una carta de cuatro renglones, lo iba a hacer
sin mencionar el nombre de la persona que la suscribe, pero
las lecturas que hemos oído al señor diputado Cantilo, re-
ferentes a funcionarios de la provincia de Salta, me inducen
a leerla integramente. Es una carta del comisario de la esta-
ción Carreras, Jerónimo Sagaglia, al jefe político Montes,
dice así: “Apreciable Montes: Como verás en una de las
notas que te mando hay un animal carneado, y como se trata
de dirigentes liguistas, mándame Órdenes severas porque
tengo interés en hácerles sentir la ley con todo su rigor.
Creo que son buenas personas, y que por equivocación al
efectuar la compra en el remate les ha sido dado mal el cer-
tificado... Los rematadores que nombro en mi nota son per-
sonas muy buenas y muy radicales y tengo plena confianza
de parte de ellos. — Jerónimo Sagaglia”.
Dejo a la Cámara que haga el comentario de este caso
de justicia radical.
Agregaré así que todos estos hechos fueron denunciados
en la legislatura provincial, con motivo de la discusión de
los diplomas de la última elección, sin lograr conmover un
solo voto de la mayoría radical; fueron aprobados por una
nimidad. El electo por General López, un señor Tiscornia,
se sienta en su banca sin que se le importe nada de la sangre
derramada en Chapuy y en Melincué, ni de los registros
volcados en Diego Alvear y lo mismo digo de los electos de
San Jerónimo que usurpan claramente sus bancas a la opo
sición. Y lo mismo en los demás departamentos.
¿El comité nacional del partido radical, sus hombres
dirigentes especialmente, habrán condenado, es de suponerse,
las extralimitaciones del gobierno de Santa Fe que destru-
yen el dogma fundamental de la agrupación, y la pureza
del sufragio?
Era de esperarse; pero no ha sucedido,
Habían ocurrido ya la mayor parte de los hechos que
he referido, se realizaba ya en todas partes el secuestro de
libretas, estaban las comisarías llenas ya de perseguidos po-
líticos cuandó el comité del partido radical en el Rosario,
que es el centro de sus fuerzas, no lo he de negar, consideró
oportuno realizar una gran manifestación popular — esa ma-
mifestación no es aquella en que mi garganta tuvo el honor,
reproducida en un lienzo, de pasearse a la cabeza de una
columna radical, atravesada por puñales; una broma espiri-
tual y delicada, genuinamente radical que agradecí hasta la
emoción. (Risas).
Era la oportunidad, entonces, para que el comité nacio-
nal, llamado a participar de aquel acto, objetara aquellos
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