1]
Al
me A
190 ALETANDRO CHRISTOPHERSEN
vimientce y señalando esfumadamente las ondulaciones y
la gracia del cuerpo femenino, es la draperie sujeta en
los hombres y cerrada en la cintura por el clásico cordón
de rica seda
Nacen después otros trajes, otros modelos, caminando
siempre las modificaciones hacia lo absurdo, hacia lo ridí-
culo y hacia lo malsano, contrariando las reglas del gusto,
de la higiene y de la razón.
Una mirada retrospectiva de la historia del traje nos
convence de ello: la Edad Media, que torturaba el cuerpo
de la mujer con corseletes que llegaban hasta las rodillas ;
la época de Isabel de Inglatera, con las golillas de medio
metro, que paralizaban el movimiento de la cabeza; el
traje de la corte de Felipe IV (tal cual lo vemos en los
cuadros del inmortal Velázquez) con las faldas en forma
de polleras, o jaula de pollos que dió origen a la palabra
que, equivocadamente, empleamos aquí para la falda de
la mujer, y no seguimos la nomenclatura de las épocas
fatídicas del traje femenino, por no ser pesados, llegan-
do la moda, recién en los" tiempos del Directorio a una
vuelta al clasicismo, que regresa al punto de partida, re-
fugiándose de nuevo en el peplum que acabamos de elo-
glar.
Fué bajo el Directorio que se hizo un movimiento ge-
neral hacia la antigijedad, y ese regreso al clastcfsmo im-
+ hombros
77 PDIRAGPEREAS 2 a :