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unirse materialmente con su señora mien-
tras no la ame ; pero creo también que el
deber de usted es procurar amarla.
— | Amarla, amarla! —dijo ' Andrés des-
corazonado.—Eso es imposible.
—Nada es verdaderamente imposible, se-
ñor; ni nada es más fácil que amar cuan-
do uno se propone amar. Procure usted
querer asu esposa y llegará a quererla.
Procure usted olvidarse de sí mismo para
labrar la dicha de ella, y el resultado será
que labra su propia dicha; pues el bien
es así; se convierte en felicidad para: el
que lo practica. Ya que la señorita Elena,
en la rectitud de su carácter, ha encon-
trado la abnegación suficiente para sacri-
ficarse por la señora de usted, a quien ni
siquiera conoce, no haga usted estéril su
sacrificio; no haga inútil su acto heroico.
La grandeza de ella exige de usted igual
grandeza.
—El amor, señor mío—dijo Andrés, —nace
espontáneamente, no se hace.
—El amor—dijo el maestro—se cultiva
como una preciosa planta.
—No, no opino así—dijo Andrés.
—Pues seguramente ha visto usted mu-
chos casos en que el amor no ha nacido
espontáneamente, sino que ha sido el re-
sultado de la voluntad de amar.
—No, no he visto caso tal.
—Yo creo que sí. ¿No ha visto usted
matrimonios sin hijos que adoptan un huér-
fano? ¿No ha visto usted que al poco
tiempo el huerfanito es adorado como si
fuera un hijo? Aquel matrimonio al adop-
tar a aquel niño se propuso amarlo y lo