NUPCIAL 273
za.—Tus hijos y tu mujer quedan bajo mi
amparo.
En seguida sacó de su bolsillo una car-
tera y escribió un nombre y una dirección
que Antonio le dictó.
—No tendrás que buscar a mi mujer. Si
no ha dormido en la puerta de la prisión
vendrá al amanecer. No hace mucho es-
- tuvo a despedirse. Trajo a los niños. ¡Po-
bres chamacos!—No pudo decir más, la
emoción lo embargaba. Se levantó y tomó
un trago de vino.—Tengo una sed intole-
rable. Creo que estoy enfermo; me sien-
to. quebrantado; me duelen los huesos;
se diría que tengo fiebre. Siento el pecho
- ¡oprimido, la boca seca. No sé lo que me
pasa. Esto es atroz. No me importa que
me maten... Pero... esta espera... esta es-
pera es espantosa.
—Tengo la certeza de que tu indulto ven-
drá. Tranquilízate, duerme.
El sentenciado cohvino al fin en acos-
tarse. Se quitó el saco, los zapatos y se
tendió en la cama. :
Carlos sacó de la bolsa un pequeño li-
bro; se sentó cerca de uno de los cirios
y se dispuso a leer. : z
—¿Qué vas á hacer? —preguntó Antonio.
—Te voy a leer un poco. Procura escu-
char. Es un libro muy hermoso. . E
—Sí, para ti que a la hora que quieras
saldrás de estas horribles paredes. Para
ti que mañana verás el Sol. ¡El Sol ! ¡El
Sol !—La mente del desgraciado pareció
llenarse de su visión.—¡El Sol ! ¡El Sol !
— murmuró. — ¡Cómo me gustaría ver el
Sed: : 18