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se repiten, y triunfan en Buenos Aires, Santa Fe, San
Luis, Tucumán y en todas partes; y al gran corifeo
del radicalismo, al egregio caudillo Doctor Leandro N.
Alem, se le proclama, en el Rosario, donde actúa, Pre-
sidente provisional de la República.
Era menester calmar los ímpetus funestos de los fi-
loplas y demagogos ensoberbecidos; y, por indicaciones
del General Roca, el Gobierno decreta las siguientes
medidas: declaración del estado de sitio, movilización
de las milicias de todas las provincias, intervención de
aquellos estados donde funcionan autoridades rebel-
des, nombramiento del General Julio A. Roca para el
comando general de todo el ejército nacional, y aplica-
ción de todas las medidas de fuerza adoptadas en pro
de la pacificación del país convulsionado.
Comandando el ejército nacional y milicias movili-
zadas, el señor General Roca pacifica, en seguida, la
República, asegura el orden y la conservación del go-
bierno, restableciendo la normalidad de la vida ins-
titucional en las provincias convulsionadas.
Regresa del Rosario el pacificador del país a la Ca-
pital Federal, solicitando la amnistía general para los
insurrectos. ¡ Acto de magnánima generosidad! Queda
en paz la República. Pero continúa muy luego en el
parlamento, en los comités y en las calles la tenaz y
enconada oposición radical al Gobierno Nacional; y la
disforia intermitente que sentía el hombre justo, pru-
dente, de honor y saber que dirigía los destinos de la
República, aumentaba en razón directa a los desbor-
des partidistas, a las inquietudes de los demagogos, y
al desenvolvimiento de nuevos acontecimientos po-
líticos.
Censurando las convulsiones funestísimas, que carac-
A