202 FÉLIX ORTIZ Y SAN PELAYO
que se han vendido alegremente por otros cuatro o cinco millones
de pesetas!»
¡ Qué me he de asombrar de eso! ¡ No, don Rafael! De lo que
me asombro es de que el mismo Gobierno no haya rectificado
esas especies, pues en el ministerio de Estado existen todos los
datos. De lo que me asombro es de que los Ministros aquí resi-
dentes no hayan dado exactos informes. De que vivan aquí se-
cuestrados o poco menos en la sistemática atmósfera de hosti-
lidad hacia la Patriótica, donante del barco Río de la Plata y
de siete u ocho millones de pesetas al Gobierno de España; de
miles que forman millones reunidos para otros desgraciados,
entre ellos los inundados de Málaga, donde con el sobrante de
lo que se envió para auxiliar a los perjudicados se construyó en
el Hospital el Pabellón Argentino; que recientemente ha'en-
viado miles de pesetas por conducto de S. M. la Reina para los
náufragos del Cantábrico y para las víctimas de la catástrofe de
Gijón; que ha expedido en un año 4.245 cartas de recomenda-
ción a otros tantos compatriotas; que se han albergado por cuen-
ta de ella y comido, más de tres mil españoles; que han sido
enviados a los destinos pagándoles pasaje más de setecientos;
que ha devuelto al seno de las familias a novecientos ochenta y
un (981) compatriotas, que organizó la recepción hecha en el
año 1910 a la Embajada Extraordinaria Española que presidida
por la simpática Infanta doña Isabel vino a ésta con motivo del
Centenario; la que organizó la fiesta del Teatro Avenida en su
honor; la que hizo desfilar más de setenta mal (10.000) espa-
ñoles de todos colores y matices políticos por delante de la Au-
gusta Embajadora y la que ha defendido siempre la justicia de
los españoles maltratados, como ahora mismo lo demuestra un
proceso que se tramita en los tribunales por engaño a una fami-
lia española; en fin, la que en toda oportunidad e inoportunidad
está ¡alerta! y dispuesta a defender a España y cuanto con
España o los españoles tenga atingencia; de eso me asombro.
De que voluntariamente carezca el Gobierno de informes fide-
dignos.
Porque, mi querido y admirado don Rafael, ¡cuidado que se