el silencio ó el destierro, si no preferían la perse
cusión ó la muerte. Todos se unieron en un pen-
samiento común, aunaron sus esfuerzos, pusieron
á su frente el único caudillo que tuvo un momen
to feliz para el bien de la patria y derrocaron la
tiranía. Al día siguiente, como decimos, se ha
llaron abocados á los más graves problemas gu
bernativos.
Sería muy extenso referir aquí las vicisitudes
que se produjeron de 1852 á 1860, que es la épo
ca en que comienza á figurar el doctor Quintana
en la vida pública; pero bástenos para nuestro
objeto, recordar que, alrededor de ese año, la
provincia de Buenos Aires se hallaba empeñada
aún en su organización política. Figuraban en el
poder ejecutivo y en las cámaras, nombres que
han pasado á la historia. En el periodismo, en las
letras, en la enseñanza, descollaban las primeras
intelectualidades del país; porque los hombres
del interior que carectan de teatro en sus provin-
cias, desenvolvían su acción y daban sus luces á
la de Buenos Aires, como Vélez Sarsfield, Sar-
miento, Rawson, Avellaneda y muchos Oros, que
fueron alternativamente, diputados, senadores,
ministros, profesores y periodistas, y que lucha