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cuentros formales, habia escaramuzas a pistoletazos, de
calle a calle, de casa a casa, de persona a persona. Par:
pintar esa época, me bastará un solo rasgo. El contajio
revolucionario llegó a tanto que para que no quedase
nadie sin hacer revoluciones, la hicieron ¿sabeis quié-
nes? ¡Los inválidos! (Hisas.) ¡Sí, señores, tambien los
inválidos, los cojos 1 los mancos hicieron su revolucion i
tuvieron el honor de ser derrotados por el coronel Ron-
dizzoni! (Hilaridad.)
La seguridad personal llegó a tan alto grado que solo
en el departamento de Santiago i en un año se cometie-
ron ¡ochocientos! asesinatos. Esta espantosa estadística
fué presentada al Congreso. El crédito público fué tal
que no se pagó ni a los acreedores extranjeros ni a los
acreedores nacionales, ni la deuda exterior ni la interior.
Pero qué mucho que así sucediese, cuando no se paga-
ba ni a los empleados mismos. Frescos están los recuer-
dos de aquellas turbas de empleados que asediaban dia-
riamente la casa de Gobierno, pidiendo, como los suizos
en la Bicoca: dinero, licencia o batalla. Hé aquí el Eden
de aquella edad que murió a influjos de la Constitucion
de 33.
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Entretanto, esta Constitucion es la única, en las repú-
blicas hispano-americanas, que llegó hace tiempo a la
mayor edad. Su duracion prueba su bondad. A su som-
bra, la última de las colonias españolas en este continen-
te, ha logrado colocarse entre las primeras de sus her-
manas; a su sombra, han prosperado inmensamente la
ilustracion, la industria, la: riqueza pública i privada; a
su sombra, se ha levantado mui alto el crédito nacional;
a susombra, ha muerto la anarquía i consolidádose el res-
peto a la lei, que es la base del edificio republicano; asu
sombra, en fin, hemos sabido dar solucion honrosísima
al dificil problema de conciliar la libertad, la libertad