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dos en la conciencia universal del jénero humano. Si así
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sucediese, ¿qué regla de conducta seguirian las clases 19-
norantes de la sociedad, es decir, la inmensa mayoría
de la raza humana? Esta impotencia hiere la vanidad
do la filosofía, que, en sus raptos de presunción 1 orgu-
llo, ha hecho alarde de menospreciar la Relijion, Única
depositaria de los preceptos revelados i la única tam-
bien que con justos títulos puede imperar sobre las con-
ciencias.
Pero no es esto todo. Las nociones primitivas de la so-
ciabilidad, la ciencia del gobierno; las nociones primiti-
vas del deber i del derecho, eje único sobre el que rueda
toda la máquina social, no encuentran su oríjen ni su
autoridad en la simple razon del hombre, no son un pro-
ducto del entendimiento, sino que tienen su jérmen en
la Razon Divina, su guia i su lumbre en el seno de la
doctrina evanjólica, su autoridad en la Relijion, su cum-
plimiento en el hombre.
Sí, señores, la Relijion es la antorcha que debe alum-
brar nuestro espíritu en la investigacion de la verdad;
ella encierra en sí los elementos de la mas elevada
perfeccion social; ella es el principio 1 el complemento
indispensable de la verdadera sabiduría. 1 ello me pa-
rece evidente.
El oríjen de la humanidad, la caida del hombre, su
rehabilitacion i tantos otros hechos de interes tan capi-
tal son problemas de imposible solucion para toda cien-
cia que se separe de la Relijion. Los destinos del hom-
bre en el tiempo i en la eternidad quedarian sin ella
completamente ocultos en la sombra del misterio mas
impenetrable. La Relijion ilumina sus destinos en el
tiempo, elevándolo hasta Dios, dándole el tesoro de la
fé, fuera del cual no puede encontrarse el principio de
la existencia, la regla de los desarrollos de la humani-