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colocaba sus obras sobre los altares. Allí era donde las
ciencias se fortificaban i embellecian; allí era donde las
artes iban a pedir inspiracion i aliento. El templo de
Diana, Júpiter Olímpico, el Panteon de Agripa eran ma-
rabillas del mundo,
Los sabios mismos confiesan, i sienten placer en com-
fesarlo, que las ciencias i las artes deben sus progresos
a la Relijion. Platon era a la vez gran pensador 1 pro-
fundamente relijioso. Hipócrates proclama que las artes
son gracias acordadas primitivamente a los hombres
por los dioses. Heródoto consagra los nueve libros de sn
historia a las nueve musas. Pitágoras, despues de haber
resuelto un problema difícil, ofrece una hecatombe al
pié de los altares. Homero i Virjilio no cantan a sus hé-
roes sino por las prendas que han recibido de lo alto.
Ciceron exclama: «Nosotros, nosotros hemos vencido 1
sujetado a las naciones mas bien por la piedad i relijion
que por el valor i la política.»
Hé ahí la verdad que proclaman los sabios i los artis-
tas de la antigiiedad. Tales son los testimonios que en
favor de la Relijion nos dan los hombres eminentes del
paganismo, de esa Relijion que, a pesar de toda su de-
formidad, logró inspirar tantas obras inmortales. I si
conservamos algun monumento de la civilizacion i de
la literatura antiguas, si existe algun conocimiento de lo
pasado, ¿no es todavía a la Relijion a la que se debe este
beneficio? ¿No fué en el santuario, en el fondo de los
claustros donde se conservaron en la Edad Media los co-
nocimientos antiguos que debian formar el mas rico pa-
trimonio de la civilizacion moderna? Sí, durante muchos
siglos sabio i sacerdote fueron palabras sinónimas. En
la antigua Italia un ignorante fué llamado un lego.
Es necesario convencerse, pues, de que la ciencia no
desciende cuando su objeto sube; de que nada pierde
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