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desta condicion de los séres intelijentes i libres, some-
tiéndome a las leyes ia las limitaciones del entendi-
miento i de la voluntad, las cuales no consisten en otra
cosa que en buscar los medios de hallar la verdad 1 ha-
cer el bien.
Bajo el imperio de aquellas creencias, no extraño que
los señores Arteaga i Lastarria sostengan que no se
puede lijislar sobre la prensa; que, si sus delitos existen
ante la conciencia, no existen ni pueden existir ante el
Estado. Yo reconozco como esos señores que el Estado
no puede injerirse en las interioridades de la conciencia »
¡ que su esfera de accion no pasa del órden externo. |
Pero la prensa, ¿es por ventura una cosa interna? Si hai
alguna cosa externa 1 pública, que caiga de lleno bajo
la esfera de accion del Estado, es precisamente la pren-
sa, que es la publicidad por excelencia,
ER todo caso i para estar de acuerdo en algo con esos |
señores, declaro solemnemente que estoi pronto a ser |
de su opinion 1 a militar a su lado cuando se trate de la
irresponsabilidad legal de la prensa que circule en el
mundo interno de e conciencia. Pero miéntras tratemos
de la prensa que circula, por nuestras calles, que se in-
troduce en nuestras cusas, que vive hadléndo el bien 1
el mal en este mundo material 1 visible; miéntras trate-
mos de la prensa que circula en el Estado, reconoceré
al Estado el derecho de tomarle cuenta de sus actos.
Pero, de todas las opiniones emitidas por esos seño-
res diputados, ninguna me ha sorprendido tanto como.
aquella triste idea que el señor Arteaga tiene de la
prensa. ¿Para qué ocupar la grave atencion de las leyes
en la prensa, cuando no es un poder ni siquiera una
cátedra? ¡Í esto lo dice un periodista! *
Aquella deidad tan alta que no alcanzaban las leyes,
de diosa irresponsable pasó a ente nulo. ¡Contraste de la