MS... - JUAN A. MATEOS
- —¡Esto va á ser horroroso! ¡El oficial más querido de S. M.! ¡Y
no dar con el asesino! Vamos, cargad ese cadáver y demos cuenta
inmediatamente á la autoridad. :
Los hombres de la patrulla llevaron al muerto, y las calles vol-
vieron á quedar desiertas y silenciosas.
VIII.
. —¿En qué habrá parado esa riña? dijo la joven, estoy temblando
de susto.
El aire trajo por tres veces unos silbidos muy poco prolongados:
—¡ Es él! :
Dos sombras se deslizaron á lo largo de la callejuela.
Llegóse un hombre á la reja, mientras el otro desenvainando su
espada se puso á hacer la guardia á su compañero.
—¿Eres tú, capitán? dijo la joven.
—-Sí, soy yo, dijo el embozado recatadamente.
La joven se estremeció.
—¿Qué tienes? le dijo con un acento de severa reconveénción.
—¿Qué ha pasado? preguntó á su vez el capitán. 0
—Estaba esperándote, cuando un hombre se detuvo á esta rejds
llegó un oficial austriaco, se cambiaron algunas frases de desa”
grado, y fueron á reñir; no sé otra cosa.
—¿Y ese hombre hablaba contigo?
—Si lo has creído por un momento, vete, capitán; quien descob”
fía de la mujer que ama, debe alejarse para siempre.
El capitán movió la cabeza con visibles señales de contrariedad.
—Te preguntaba simplemente, yo no quiero dudar de tu amol: +
—Ni tienes motivo, porque yo te amo con delirio.
La joven posó sus manos sobre las de su amante, que estabal
unidas á la verja. E 3d
Al contacto delicado de aquella mujer, se estremeció el capitád»
el aliento de la niña había resbalado por su semblante y le habia
causado el mismo efecto que el hálito de la serpiente á la palomá,
lo había magnetizado completamente.
Perdona á mis celos, Guadalupe; hace mucho tiempo que des”
confío de tí; he visto noche por noche á un hombre en este mism0-
lugar donde recibo los juramentos de tu amor. :
—Yo no lo he visto hasta ahora. . :
—Le he mandado acechar, y esta noche batiéndose con ese fiel
servidor que he tenido la imprudencia de enviar á impedir suS
paseos, lo ha muerto. :
—¡Muerto! ¡Dios mío!
—Sí, yo tengo la culpa, dijo sombríamente el capitán. :
—Escucha, voy á revelarte lo que deseaba guardar en el fondo
de mi corazón. : :
—Ya te escucho, Guadalupe, respondió con ansiedad el amante:
—Tú ignóras que yo tengo un hermano en la revolución 4%”
lucha contra el imperio: él me ha prohibido atravesar una palabt?
con los invasores.
El capitán se estremeció. -
—Ha llevado su patriotismo hasta el grado de traerme al rinc0 ;
de esta ciudad, donde no me permite recibir á nadie; sí, capitá
me ha prohibido hasta ver el retrato de Maximiliano; no le ce
nozco á pesar de mi curiosidad.
—No importa, dijo el capitán, continúa.