242 JUAN A. MATEOS
olvida de los desgraciados: ¡pero qué guapa estás ! vuelve en ll,
soy un bárbaro con haberte dado esta sorpresa, ríñeme, Guada-
lupe, pero deseaba verte y he entrado sin saber qué me hacía.
Guadalupe estaba poseída de terror. :
El guerrillero se había olvidado de las palabras terribles del fan-
tasma.
En aquel momento era completamente dichoso.
—No, continuaba, tú no debes estar quejosa de mí; ni un solo
día se ha pasado sin que yo haya pensado en tí, ni pronunciado
tu nombre... mira, Guadalupe, 'hasta mis enemigos saben este Cd”
riño; cuando alguno cae prisionero, basta que te invoque para qué
yo le perdone, tu memoria es sagrada para mí... óyeme, á tu vista
se me olvidaba preguntarte por los últimos momentos de nuestr
madre... ¿dime, se ha acordado de mí? ¿sus labios pronunciarol
el nombre de su hijo ?
Guadalupe entregó á Pablo Martínez una carta cerrada en qué
estaban las últimas disposiciones de aquella mujer.
Abrióla el guerrillero, y Jeyó con violencia y en voz alta: «Par
blo, tu hermana está entregada á un amor imposible, sálvala de
la deshonra que la amenaza, la dejo sola en el mundo, entregadá
á una pasión, cuyo porvenir me espanta...
—¡ Desgraciada ! gritó el guerrillero, y sacudió violentamente
por el brazo á aquella infeliz criatura.
Después poseido de furor, continuó la lectura:
«Me han amenazado con tu muerte si revelaba el secreto del hom-
bre á quien ama Guadalupe, no me atrevo ni aun en estos momed”
tos á descubrirlo, me parece que llevo un puñal á tu corazón!.:
¡ Pablo ! ¡hijo mío! salva á tu hermana, es la última súplica de
tu moribunda madre, próxima á la eternidad... ¡adiós !» |
Guadalupe comenzó á temblar horriblemente, sus rodillas flaque?”
ron y cayó al fin trémula á los pies del guerrillero Pablo Martíne!:
—¡ Qué has hecho! gritó Pablo creyendo en la deshonra de su
herinana.
—¡ Perdón ! exclamaba Guadalupe conteniendo el llanto que ah0”
gaba las respiraciones de su pecho.
-—Estoy por levantarte el cráneo, miserable; ¿qué has hecho de
tu honor ?
—-Oyeme, Pablo, por compasión, y después atraviesa mi corazól
con tu acero. ]
—¿ Qué puedes decirme que borre esa mancha que has arrojadO '
en mi frente y la tuya! A
—Serénate, y si quieres perpetrar una venganza, aquí esto)?
¡ pero escúchame, ten misericordia de esta mujer desventurada *
—¡ Dios mío! exclamó Pablo Martínez.
Pd la primera vez que aquel hombre volvía una súplic
cielo.
rramar mi sangre que es la tuya, yo moriré tranquila... no esp?
1 des
raba después de tanto infortunio, hallar la desesperación y € tó
precio del único ser á quien he amado desde que nací; porque * ,
hermano, has sido el todo para mí, mis recuerdos y mis espera
n-
zas... tantos años de soledad y de tristezas, y siempre pensand0 de
el día en que Dios te volviera al hogar abandonado. Cuando Mm! p 3
bre madre espiraba, yo lloraba por tí y por mí, y mis lágrime”
han corrido sin una mano que las enjugase !....
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Pablo Martínez se arrojó sobre una silla y comenzó á llorar com
una mujer.
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—Yo soy inocente, decía con ardor la joven; pero si quieres de
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