EL CERRO DE LAS CAMPANAS .. 447.
—No importa, servirá para defendernos, al fin no lo han de matar.
—Es un peligro menos. :
-—Yo soy bueno para la barreta, mi jefe, dijo la voz conocida de
«Estanislao Luna.
—Bien, á tí te encargaremos el difunto.
—Puede que tenga algunos trapitos que pelarle. Puede ser que
la cruz la haya levantado el mitpero por los rayos.
—Es seguro, dijo el jefe; además es muy extraño que los indios
entierren un cadáver en un lugar que no sea sagrado.
—Esa es una buena reflexión, mi jefe, pero de todos modos yo me
encargo de ese lugar. ,
—¿Y cómo has alejado al general, Estanislao? preguntó uno de
los ayudantes. Sal
—Ya le pasó el primer sudor, como decía mi capitán Martínez;
además que hay novia en campaña.
—¡Hola! dijo Juán, ya olvidó á la rubia. ;
—No, señor, la rubia ha llegado á Tacubaya, y ya hubo compo-
stura.
—Me alegro, esto habrá calmado la pesadumbre.
—Estas muchachas son el demonio, dígalo mi costilla, que se ha
empeñado en que á ella sola he de querer... el hombre tiene sus
tropezones, y luego lo cabrestean á uno y zás, da uno el golpe con
las hijas de Eva... Mire usted, mi jefe, yo andaba sonsacando á
una hembrita, siempre cabecear es malo, yo quería al uso de mi
pueblo robármela, pero... ;
—Dejemos el cuento por ahora, que ya hemos llegado.
El ingeniero midió el terreno, determinó los trabajos y Esta-
nislao Luna tomó como todo hijo de vecino su barreta y comenzó la
escavación para levantar el parapeto y practicar el foso.
—FEstamos muy cerca, señor Rivera, dijo uno de los Torreños.
—En Puebla estábamos á tiro de pistola.
—Este señor Rivera es el mismo demonio, dijo Juán á Simón;
quien lo vé tan largo como un espárrago y tan sério como un in-
glés, pero sereno si los hay.
—Tiene una sangre fría admirable, le hace mucha gracia al ge-
neral Díaz.
—Trabaja como un endemoniado. :
—Se ha librado en una tabla de ser alcanzado por las balas.
—Como es ingeniero su construcción es magnífica, necesita una
bala de á treinta y seis.
—¿No choca á usted, comandante, el silencio que hay en la trin-
chera enemiga?
—Es muy notable.
—¡Demonio!... esta gente prepara algo.
-—¿Si habrán abandonado el parapeto?
—Envíe usted un escucha, eso sería una lotería.
—Voy á enviarle mi confidente. .
El joven se fué derecho al grupo de escuchas que estaban á la
orilla del camino.
—¿Dónde está Pascuál Rivera?
—Señor, está durmiendo un rato, porque ha velado dos noches
consecutivas; pero aquí estamos nosotros.
Acérquese uno á la trinchera y póngase en escucha del enemigo,
que hay, un gran silencio.
El escucha se quitó los zapatos, arremangó el pantalón y tirán-
dose á la espalda el rifle, husmeando como un coyote, se fué acer-.
$