LA CONQUISTA DEL PERU. 49
que viera vibrar un arco , ni amenazar una débil
ramó por las plazas y calles, y enarboló en Caja-
lanza , saltó la brecha , ocupó los muros, se der- | malca el triunfante pendon de Castilla,
SERVIDUMBRE,
+ Ciertos los vencedores de que ocultas fuerzas
no les amenazaban, y seguros de su victoria, la
ciudad se dió al saqueo, y los invasores cometieron
todos los crímenes propios de la guerra. Los ino-
centes habitantes de Cajamalca atropellados cruel-
mente, se vieron hasta arrebatar los adornos de
oro que los cubrian; muchos fueron víctimas de
la ferocidad; tiernas vírgines perdieron su tesoro,
el casto esposo miró violada la esposa, y el llanto
y los gemidos resonaban por los ámbitos de la
ciudad.
El amor que Ocollo habia inspirado á Pizarro
no era una pasagera ráfaga, era un fuego inestin-
guible que atormentaba su corazon y despeda-
zaba su pecho. Conociendo el amor que tenia al
Inca creyó que no sobreviviese á la noticia de
su muerte, y ansioso preg a á los habitantes
por la que arrebataba su contento; y cuando supo
con certeza que huia con el egército, feroz son=
risa brillaba en sus ojos, alentado por la espe-
ranza de: poderla algun dia estrechar entre sus
brazos, y saciar sus lividinosos deseos; pero los
recuerdos del amor no endulzaban su alma, y en
vano los desgraciados imploraban su piedad.
Vericochas marchó tambien con el egército, no
porque temiera ser víctima de sus creencias en el
templo, sino porque Huascar le obligó á salvarse
por no perder tan inapreciable tesoro; pero nada
se sacó del santuario, porque las cosas sagradas
entre los peruanos eran tan respetadas, tan in-
munes que'no podian concebir que la ferocidad
de sus enemigos llegase á hollarlas. Despues de
seis horas de furor y de saqueo, Pizarro tocó lla-
maba y cesaron los estragos sin que el tem plo del:
Sol se hubiese allanado para arrebatar sus ador-
nos. :
Aun teñidos en la sangre de los inocentes, car-
gados de los tesoros que habian arrebatado, for-
maron los aventureros al sonido de las cajas, y el
fanático Luque levantó en su diestra la cruz y se
dirigió á sus compatriotas. — Este signo de vic-
toria, clamaba, arruinó los muros y os abrió las
puertas de la ciudad; largas horas habeis tenido
para procuraros el precio de vuestras fatigas, al-
gunos momentos habrán de dedicarse á dar gra-
cias al Señor, y á bendecir su misericordia, dijo,
y descalzándose, y llevando en los hombros una
larga y pesada cruz, se dirigió hácia el templo
del Sol, y mandó romper sus puertas. Admirados
quedaron los vencedores al ver tanta magnificen-
cia y tanto oro, y Luque en medio del comun
pasmo, clavó sus centellantes miradas en el sím-
bolo del Sol, y en las efigies de los justos que
rodeaban á la deidad del Perú.
«Sí cristianos, esclamó encendido, sin haber
aun dejado la cruz que agoviaba su hombro, ahí
teneis los bárbaros ídolos de este condenado im-
perio; en que os deteneis, arruinad esa pompa de
Satanás! »
Para actos religiosos los aventureros dejaban de
ser soldados y de esperar las órdenes de Pizarro,
eran solo fanáticos que escuchaban la voz de un
sacerdote antropófago. Cual lobos ambrientos,
mal heridos tigres, se lanzaron sobre las inocen=
tes efigies, las arcuifiaron y despedazaron, y ar=.
rastraron con algazara por el templo. Entonces
Luque enarboló la enseña de Sion, cesó el des-
trozo impío, murmuró exorcismos brotando fuego +
por los ojos para ahuyentar á Satanás de aquel re-
cinto, y se cantó un solemne Te-deum dando gra-
cias al Señor de las victorias.
Aunque los aterrados habitantes de cds
habian buscado asilo en los mas recónditos puntos,
bien pronto se estendió por la ciudad el sacrilegio
cometido en el templo, y los Peruanos se estic
miecian con espanto al ver profanados tan nefan=
damente sus dioses, y en sus venas ardia el Cspí-
ritu de la venganza y sus corazones sentian un
valor superior á todos los peligros. ¡Cuan cierto
es que el vencedor que no respeta las preocupacio=
nes de los pueblos, algun dia se verá vencido ! Los
Peruanos miraban la ruina de su libertad y de sus