LA CONQUISTA DEL PERU.
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la corte, halló lisonjeado su orgullo, y su aulori-
dad ilimitada; pero el nuevo poder del goberna-
dor no le desnudaba del carácter de bizarro ca-
ballero, y de desdeñado amante; Ocollo era su
amor y su tormento, y espiraban las treguas, y
habia de volar al campo del honor á batirse con
Almagro. Luque habia recibido tambien la con-
firmacion de su carácter de vicario general del
imperio, y su alma tenia demasiados puntos de
contacto con la de Pizarro para que no los uniese
una estrecha amistad, y una completa y mútua
confianza; y no perdonaba medios de cuantos
estaban á su alcance para evilar que de nuevo
tornase al duelo. Conocia muy bien el valor y la
fortaleza Je Pizarro, pero tampoco se le ocultaba
que Almagro era valiente, y demasiado esperto
en el manejo de las armas, y Luque se estreme-
cia al solo considerar que Pizarro pudiese ser
vencido, Pero dificil empresa acometia; en vano
hablara á los dos guerreros en rombre del cielo;
Pizarro no conocia otro término que ser amado
de Ocollo, ó arrebatarla su honestidad, y arras-
trarla á las hogueras; y Almagro habia protesta-
do ante su Dios que no veria atropellada la virtud
y la inocencia.
Luque para conseguir su objeto heria el orgullo
de Pizarro pintándole lo impropio que seria se
batiese con un subalterno, y miraba como mas
sencillo un asesinato, ó una calumnia religiosa;
pero Pizarro siempre caballero, dió á entender
con firmeza su desagrado á Luque, y se preparaba
al combate. — Que viva, repetia, para que ceda
al rigor de mi acero. — Almagro por su parte,
su vida y sus amores eran demasizdo despre-
ciables al lado de su honor; el carácter verdade-
ramente caballeresco le dominaba, y Luque en
vano usara de todo su poder é influencia.
Ocollo, víctima en tanto del mas crudo tor-
mento, miraba á Coya generosa volar á los peli-
gros por salvar á la patria; miraba á Huascar y á
los nobles hacer los mas heróicos esfuerzos por
reanimar el aliento de los peruanos á volver á
lnchar por su libertad, y ella en tanto se vela
próxima á exhalar su vida en un cadalso, sin ven-
gar la sangre de Atahulpa, y sin prestar á su pa-
tria un leve consuelo. Por otra parte, el generoso
Almagro habia de esponer segunda vez su exis-
tencia por salvarla, y Almagro habia de sucumbir
== enel combate, ó llevar lras sí la ma'dicion de la
¿mayor parte de su campo, y quedar espuesto al
puñal de un asesino. Todo pudiera salvarlo ce-
- diendo al amor de Pizarro, pero era imposible
que dejara de odiar al matador de su adorado
Inca, y su alma gemia contrastada por violentos y
contrarios huracanes. Sin embargo, la sangre de
Atahulpa, siempre presente á sus ojos, clamaba
por venganza, y Ocollo se decidió á mentir su
amor á Pizarro, antes que morir en un cadalso sin
ser util su sangre á su patria.
Ya los dos guerreros aprestaban de nuevo las
armas para volar al combate, cuando Ocollo lla-
mó á Almagro á su prision para que suspendiese
el duelo. — Sí, generoso Almagro, le repetía, tu
nombre será eterno en mi memoria, y eterna mi
gratitud; desciñe tus armas, estoy resuelta á amar
á Pizarro. — ¡A amar á Pizarro! la repuso Al-
magro, — Sí guerrero generoso, á decir á Pizarro
que le amo; pero mi corazon aun respira solo
para Atalmlpa. — No puedo comprender, Ocollo.
— Es un arcano. — Respeto hasta los secretos de
las hermosas, pero si acaso por evitarme el duelo,
Ocollo, hicieses violencia á tu alma... No, Alma-
gro, no, yo te lo juro, quiero abrazar el cristia-
nismo. — Adios, Ocollo, cuenta siempre con mi,
espada.—¡ Ah! espera, ““si vieses á Coya, si te
pregunta algun peruano, dí que Ocollo no es per=-
jura á su patria, que adora mas que nunca á Ata=
hulpa, que no crean debil ni criminal á la esposa
del Inca. ” Despues de un corto silencio Almagro
marchó lleno de asombro, y Ocollo mandó un
atento recado á Pizarro.
A pesar del orgullo de Pizarro, tal era el vio=
lento amor que tenia á Ocollo, que no se desdeñó
en irá su prision para escucharla. —¿ Qué tienes
que comunicarme? la decia. — Ocollo tembloro-
sa, su inocente alma no acostumbrada á la ficcion,
apenas podia con balbuciente labio romper el si-
lencio, — “Al fin Pizarro, triunfaste en mi co-
razon; yo te amo. —¡Tú me amas! Tú que re-
petias que no podiamos los dos hol'ar 4 un tiem-
po la tierra! — Sí, es verdad, pero la mano del
tiempo ha cicatrizado mis heridas, quiero abra-
zar el cristianismo, vivir contigo, y te amaré,
Pizarro.— ¡Y yo gozaré de tus caricias, y tú serás
la dulce compañera de mi lecho! ” La sonrisa se
destacaba de su semblante; Ocollo suspiraba allá
dentro de su pecho, pero ahogaba entre sus labios
los suspiros, y Pizarro despues de hacerla repetir
cien veces el dulce juramento, la mandó sacar de E
la prision, y conducirla á su palacio, que-era el
palacio de los Incas. :
Bien pronto supo Luque y todo el pueblo que
Ocollo habia cedido al amor de Pizarro, y el vica-
rio de Cristo en el Nuevo Mundo miró como un
patente milagro aquella repentina mudanza, que
consolidaba la conquista del Perú. Ya Pizarro no
espondria su preciosa vida batiéndose con Alma-
gro, y unido en lazo conyugal con la esposa de -