Full text: Tomo 1 (1)

ET CONDE DE 
dales una especie de majestad melancó- 
Tica, de la que merced al espíritu de 
asimilación con que la Naturaleza ha- 
bía dotado a Dantés, supo extraer esa 
Política que tanta falta le hacía, y esas 
Maneras aristocráticas que sólo se ad- 
Quieren con el roce de las clases eleva- 
das, o en la sociedad de hombres distin- 
guidos. 
Al cabo de quince meses, el agujero 
estaba concluido ; la excavación, hecha 
bajo la galería ; se oía hablar al centine- 
la, pudióndose contar los pasos que da- 
%.; y los mineros, que se velan obliga- 
08 a esperar una noche obscura y sin 
luna para que fuese su evasión más se- 
Sura aún, sólo tenían un temor, y era 
que el pavimento se hundiese demasia- 
O pronto bajo el peso del soldado. Mas 
Acudieron a evitar este incidente po- 
Diendo una especie de puntal que ha- 
lan encontrado en las excavaciones. 
Dantés estaba ocupado en colocarle, 
Cuando de pronto oyó al abate Faria, 
Que se había quedado en el cuarto del 
Joven haciendo una especie de gancho 
Para sostener la escala de cuerda, que 
lo llamaba con acento de angustia. Dan- 
tós se encaminó allí precipitadamen- 
te, y vió al abate de pie en medio del 
cuarto, pálido, con la frente bañada en 
Sudor y las manos crispadas. 
—¡Oh Dios mío! — exclamó Dan- 
tés —. ¿Qué sucede? ¿Qué tencis? 
—¡ Pronto, pronto! — dijo el aba- 
te—, escuchidme. 
Dantés miró el rostro lívido del aba- 
te, sus ojos orlados de un círculo amora- 
tado, sus labios enteramente descolo- 
tidos, sus cabellos erizados, y dejó caer 
el escoplo que tenía en la mano. 
—¿Pero qué sucede? — volvió a pre- 
£untar Hdmundo. 
—¡ Estoy perdido ! — dijo el abate—. 
Scuchadme. Un mal terrible, tal vez 
Mortal, me va a atacar; ya siento qué 
Me acomete. El año anterior a mi pri- 
Sión ful también atacado. Este mal sólo 
ene un remedio ; voy a decítroslo : co- 
Tred a mi cuarto, levantad el pie de la 
Cama, debajo hay un hueco; en dl en- 
ntraréis un frasquito de cristal lleno 
* un licor rojo : tracdlo, o más bien..., 
ñ0.... no; aquí podría ser sorprendido ; 
WYudadmo a volver a mi cuarto mientras 
din tengo algunas fuerzas. ¿Quién sa- 
CONDE 7,—TOMO 1 
MONTECRISTO 
be lo que va a suceder y el tiempo que 
durará el acceso? 
Dantés, sin desmayar, á pesar de que 
la desgracia que le hería era inmensa, 
se deslizó por la galería arrastrando a su 
infortunado compañero, y conduciéndo- 
lo con un trabajo infinito hasta el ex- 
tremo opuesto, en donde se hallaba el 
cuarto del abate, al cual depositó en su 
lecho. 
—;¡ Oh ! Gracias — dijo el anciano es- 
tremeciéndose—. Ya se aproxima el 
mal ; voy a ser atacado de una apoplejía, 
Quizás no haré ningún movimiento, qui= 
zás no exhalaré ningún gemido; pero 
quizás también gritaré, arrojaré espuma 
por la boca y me morderé las manos. 
Haced porque no se oigan mis gritos, es 
muy importante, pues entonces acaso 
me cambiarían de habitación y nos se- 
pararían para siempre. Cuando me veáis 
inmóvil, frío, muerto, por decirlo así, só- 
lo en ese caso, ¿me entendéis?, separad- 
me los dientes con el cuchillo, introdu- 
cidme en la boca ocho o diez gotas de 
ese licor, y tal vez volveré a la vida. 
—¿ Tal vez? — exclamó Dantés, sus- 
pirando dolorosamente. 
—¡ Oh! ¡Sf!... ¡Vamos!... ya... — 
exclamó el abate—= 3 yo me... mue... 
El acceso fué tan súbito y violento, 
que el desgraciado preso no pudo con- 
cluir la frase comenzada ; una nube pa- 
só por su frente, rápida y sombría como 
las tempestades del mar. Lia crisis dilató 
sus ojos, color de púrpura, se agitó y ru- 
gió ; pero, según se lo había encargado, 
Dantés ahogó los gritos con el cobertor. 
Esto duró dos horas ; entonces, más 
fuerte que una masa, más pálido y más 
frío que un mármol, quedó agarrotado 
con otra convulsión. 
Edmundo esperó a que esta muerte 
aparente se hubiese apoderado de todo el 
cuerpo y helado el corazón ; entonces to- 
mó el cuchillo, introdujo la punta entro 
los dientes, entreabrió la boca con un 
trabajo infinito, contó una tras otra has- 
ta diez gotas de licor rojo, y esperó, 
'Transcurrió una hora sin que el an- 
ciano hiciera el menor movimiento; 
Dantés temía haber esperado demasiado 
tarde, y no cesaba de mirarle un mo- 
mento, con las manos puestas en la ca- 
beza. Al fin sus mejillas se sonrojaron 
algún tanto; sus ojos, constantemente
	        
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