Full text: Tomo 1 (1)

EL CONDE DE 
do con ademán solemne la mano sobre 
anciano, añadió : 
—yJuro, por la sangre de Jesucristo, 
Bo abandonaros hasta que muráis. 
Faria contempló a aquel joven tan 
Doble, tan sencillo, tan elevado, y leyó 
€n sus facciones, animadas por la ex- 
Presión del interés más puro, la since- 
ridad de su afecto y lealtad de su jura- 
Mento. 
—Vamos — dijo el enfermo—, acep- 
> 8racias. 
-_Presentándole en seguida la mano, le 
ljo : 
—¡Oh! Quizá seréis recompensado 
Por ese afecto tan desinteresado ; pero 
Como yo no puedo, y vos no queréis par- 
r, conyiene que tapemos el subterrá- 
Neo hecho bajo la galería, pues el solda- 
0 puede notar al andar el sonido del 
Sitio minado, llamar la atención de un 
Mspector, y entonces nos descubrirían y 
Seríamos separados para siempre. An- 
ad, haced lo que os digo. Desgraciada- 
Mente, no puedo ayudaros ; emplead to- 
a la noche, si es necesario, y volved sin 
falta mañana, después de la visita del 
carcelero, porque tendré que deciros co- 
as de la mayor importancia. 
Dantéós estrechó la mano al abate, que 
le tranquilizó por medio de una sonrisa, 
y salió, obedeciéndole con aquel respeto 
Que profesaba a su nuevo amigo. 
XVIIL.—El tesoro. 
Cuando Dantés entró.al día siguion- 
te en el cuarto de su compañero de cau- 
lverio, le encontró sentado tranquila- 
Mente. Tenía en su mano izquierda, 
Bica que le quedaba libre a causa de 
Su paralización, un pedazo de papel que, 
% fuerza de estar enrollado, había to- 
Mado la forma cilíndrica. El abate se 
0 enseñó a Dantés sin pronunciar una 
Sola palabra. 
—¿Qué es esto? — preguntó aquél. 
,—Miradlo bien — dijo el abate son- 
Yiendo. 
—Por más que miro — replicó el jo- 
Ven—, no veo sino un papel medio que- 
Mado, y en el cual se ven trazados ca- 
Rcteres góticos con una tinta extraña. 
Este papel, amigo mío — dijo Fa- 
"PE es mi tesoro; sí, ya puedo con- 
esároslo todo, puesto que os he experi- 
MONTECRISTO DO 
mentado ; mi tesoro, cuya mitad os per- 
tenece desde hoy. 
Un sudor frio corrió por la frente de 
Dantés. Hasta aquel día, y por tanto 
tiempo, había evitado el hablar con Fa- 
ria de aquel tesoro, origen de la acusa- 
ción de locura que pesaba sobre él. Con 
su instintiva delicadeza, Edmundo ha- 
bía preferido no tocar aquella cuerda 
que vibraba tan dolorosamente en el 
corazón del pobre anciano, y éste se ha- 
bía callado ; así, pues, creyó que su si- 
lencio, con respecto a esbe asunto, era 
debido a haber recobrado Faria su ra- 
zón. Mas hoy, estas palabras, que se la 
habían escapado después de una crisis 
ban penosa, parecieron anunciar un nue- 
vo trastorno de su cerebro. 
—¿ Vuestro tesoro? — balbuceó Dan- 
tés. 
Faria se sonrió, 
—$í — dijo—, Edmundo, en todo y 
por todo sois un corazón noble y gene- 
roso ; comprendo, al ver vuestra palidez 
y vuestra angustia, lo que os pasa en 
este momento. No; tranquilizaos, no 
estoy loco, ese tesoro existe, y si a mi 
no me ha sido dado poseerle, vos lo po- 
seeréis. Nadie ha querido escucharme ni 
creerme, porque me juzgaban loco ; pero 
vos, que debéis saber que no lo estoy, 
escuchadme y me creeréis, si gustáis. 
— Ay ! — murmuró Edmundo—, no 
hay duda, ha vuelto a recaer; esa des- 
gracia me faltaba únicamente. 
Después de haber permanecido pensa- 
tivo unos cortos instantes, dijo a Faria : 
—Amigo mío, vuestro acceso os habrá, 
fatigado, tal vez; ¿no queréis descan- 
sar un poco? Mañana, si así lo desáis, 
escucharé vuestra historia; pero hoy 
quiero cuidaros ; por otra parte — conti- 
nuó sonriendo—, ¡no corre mucha, pri- 
sa ese tesoro ! 
—Muchísima, Edmundo — respondió 
el anciano—, ¿quién sabe si mañana, O 
tal vez pasado mañana, me repetirá el 
tercer accidente? Reflexionad, que en- 
tonces todo se perdería... SÍ, creedlo ; 
varias veces he pensado con amargo pla- 
cer en esas riquezas que harían la fortu- 
na de diez familias, perdidas por esos 
hombres que me persiguen ; esta idea 
me servía de venganza, y la saboreaba 
lentamente al través de la obscuridad de 
mi calabozo y de la desesperación que
	        
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