EL CONDE DE
do con ademán solemne la mano sobre
anciano, añadió :
—yJuro, por la sangre de Jesucristo,
Bo abandonaros hasta que muráis.
Faria contempló a aquel joven tan
Doble, tan sencillo, tan elevado, y leyó
€n sus facciones, animadas por la ex-
Presión del interés más puro, la since-
ridad de su afecto y lealtad de su jura-
Mento.
—Vamos — dijo el enfermo—, acep-
> 8racias.
-_Presentándole en seguida la mano, le
ljo :
—¡Oh! Quizá seréis recompensado
Por ese afecto tan desinteresado ; pero
Como yo no puedo, y vos no queréis par-
r, conyiene que tapemos el subterrá-
Neo hecho bajo la galería, pues el solda-
0 puede notar al andar el sonido del
Sitio minado, llamar la atención de un
Mspector, y entonces nos descubrirían y
Seríamos separados para siempre. An-
ad, haced lo que os digo. Desgraciada-
Mente, no puedo ayudaros ; emplead to-
a la noche, si es necesario, y volved sin
falta mañana, después de la visita del
carcelero, porque tendré que deciros co-
as de la mayor importancia.
Dantéós estrechó la mano al abate, que
le tranquilizó por medio de una sonrisa,
y salió, obedeciéndole con aquel respeto
Que profesaba a su nuevo amigo.
XVIIL.—El tesoro.
Cuando Dantés entró.al día siguion-
te en el cuarto de su compañero de cau-
lverio, le encontró sentado tranquila-
Mente. Tenía en su mano izquierda,
Bica que le quedaba libre a causa de
Su paralización, un pedazo de papel que,
% fuerza de estar enrollado, había to-
Mado la forma cilíndrica. El abate se
0 enseñó a Dantés sin pronunciar una
Sola palabra.
—¿Qué es esto? — preguntó aquél.
,—Miradlo bien — dijo el abate son-
Yiendo.
—Por más que miro — replicó el jo-
Ven—, no veo sino un papel medio que-
Mado, y en el cual se ven trazados ca-
Rcteres góticos con una tinta extraña.
Este papel, amigo mío — dijo Fa-
"PE es mi tesoro; sí, ya puedo con-
esároslo todo, puesto que os he experi-
MONTECRISTO DO
mentado ; mi tesoro, cuya mitad os per-
tenece desde hoy.
Un sudor frio corrió por la frente de
Dantés. Hasta aquel día, y por tanto
tiempo, había evitado el hablar con Fa-
ria de aquel tesoro, origen de la acusa-
ción de locura que pesaba sobre él. Con
su instintiva delicadeza, Edmundo ha-
bía preferido no tocar aquella cuerda
que vibraba tan dolorosamente en el
corazón del pobre anciano, y éste se ha-
bía callado ; así, pues, creyó que su si-
lencio, con respecto a esbe asunto, era
debido a haber recobrado Faria su ra-
zón. Mas hoy, estas palabras, que se la
habían escapado después de una crisis
ban penosa, parecieron anunciar un nue-
vo trastorno de su cerebro.
—¿ Vuestro tesoro? — balbuceó Dan-
tés.
Faria se sonrió,
—$í — dijo—, Edmundo, en todo y
por todo sois un corazón noble y gene-
roso ; comprendo, al ver vuestra palidez
y vuestra angustia, lo que os pasa en
este momento. No; tranquilizaos, no
estoy loco, ese tesoro existe, y si a mi
no me ha sido dado poseerle, vos lo po-
seeréis. Nadie ha querido escucharme ni
creerme, porque me juzgaban loco ; pero
vos, que debéis saber que no lo estoy,
escuchadme y me creeréis, si gustáis.
— Ay ! — murmuró Edmundo—, no
hay duda, ha vuelto a recaer; esa des-
gracia me faltaba únicamente.
Después de haber permanecido pensa-
tivo unos cortos instantes, dijo a Faria :
—Amigo mío, vuestro acceso os habrá,
fatigado, tal vez; ¿no queréis descan-
sar un poco? Mañana, si así lo desáis,
escucharé vuestra historia; pero hoy
quiero cuidaros ; por otra parte — conti-
nuó sonriendo—, ¡no corre mucha, pri-
sa ese tesoro !
—Muchísima, Edmundo — respondió
el anciano—, ¿quién sabe si mañana, O
tal vez pasado mañana, me repetirá el
tercer accidente? Reflexionad, que en-
tonces todo se perdería... SÍ, creedlo ;
varias veces he pensado con amargo pla-
cer en esas riquezas que harían la fortu-
na de diez familias, perdidas por esos
hombres que me persiguen ; esta idea
me servía de venganza, y la saboreaba
lentamente al través de la obscuridad de
mi calabozo y de la desesperación que