Full text: Tomo 1 (1)

EL CONDE DE 
Pulturero que se habla alejado— ; alúm- 
Tame, o no encontraré lo que ando bus- 
cando, 
El hombre de la linterna obedeció a 
la demanda del enterrador, aunque no 
hubiese sido hecha en términos MUuy cor- 
—¿Qué buscará ? — dijo para sí Dan- 
ós—, Será algún azadón. 
Una exclamación de placer indicó que 
el enterrador había encontrado lo que 
buscaba, 
—¡ Gracias a Dios! — dijo el otro. 
—No tengas cuidado — respondió—, 
que no se habrá cansado de esperar. 
Al concluir estas palabras se acercó a 
idmundo, que oyó dejar caer a su lado 
Un cuerpo pesado y retumbante ; en el 
Momento mismo ataron fuertemente 
Una cuerda a sus pies. 
—¿ Está ya hecho el nudo? — pregun- 
tó el enterrador que había permanecido 
Sin hacer nada. 
—Y bien hecho — dijo el otro— ; reg- 
Pondo de ello. 
—HEn ese caso, marchemos. 
Y volvieron a seguir su camino, car- 
gados con las parihuelas. 
Caminaron como unos cincuenta pa- 
Sos; luego se pararon para abrir una 
Puerta, y volvieron a proseguir su cami. 
ho ; el ruido de las olas al estrellarse con- 
bra la roca, sobre la cual estaba edifi- 
zado el castillo, llegaba más distinto a 
los oídos de Dantés a medida que iba 
avanzando. 
—¡ Amigo, mal tiempo! — dijo uno 
de los enterradores—. No será muy 
agradable el estar hoy en el mar. 
.. El abate corre peligro de fondear— 
lo el otro, y ambos prorrumpieron en 
€strepitosas carcajadas. 
_Dantés no comprendió bien lo que 
Slenificaba aquella broma ; pero sus ca- 
o ge erizaron, a pesar de no enten- 
erio, 
—/ Vaya! Al fin llegamos — dijo el 
Primero. 
—Hombre, no, más lejos — dijo el 
Otro—; bien sabes que el último que 
drrojamos por este lado, se destrozó 
Completamente contra las rocas, y por 
a mañana aparecieron sus miembros en- 
ingrentados, por lo cual el gobernador 
98 echó una buena reprimenda. 
“tonces dieron unos cinco o seis pa: 
CONDE 8.—TOMO 1 
MONTECRISTO 118 
s0s Más; se pararon, y Dantés sintió 
que le cogían por la cabeza y por los 
pies y que le balanceaban. 
—¡ A la una | — exclamaron a la. vez 
los enterradores—, ¡ a las dos! ¡a... las 
bres | 
Dantés se sintió lanzado al mismo 
tiempo en un inmenso vacio, atravesan. 
do el aire como un pájaro herido, ca- 
yendo siempre con un espanto que le he= 
laba el corazón. Aunque un cuerpo pe- 
sado le atraía hacia abajo, le pareció que 
aquella caida duraba un siglo, Al fin, 
con un ruido espantoso, penetró coma 
una flecha en un agua helada, que le 
hizo arrojar un grito ahogado en el ins. 
tante mismo de sumergirse, 
Dantés había sido tirado al mar, q 
cuyo fondo le arrastraba una bala da 
treinta y seis atada a sus pies. 
El cementerio del castillo de If es el 
mar. 
XXI.—La isla de Tiboulen. 
Aunque aturdido y, sofocado, tuva 
Dantés, sin embargo, bastante presen 
cia de ánimo para contener su aliento y 
y como iba preparado de un cuchillo que 
llevaba en su mano derecha, según he- 
mos dicho, abrió rápidamnte el saco, sam 
có el brazo, luego la cabeza ; pero a pe- 
sar de sus movimientos para levantar la' 
bala, se sintió arrastrado hacia el fon= 
do; entonces se encorvó buscando la 
cuerda que sujetaba la bala a sus pies, 
y con un esfuerzo súbito, la cortó pre- 
cisamente en el momento en que ya no 
podía contener la respiración por más 
tiempo. 
Y dando un vigoroso empuje con el 
pio, subió libre a la superficie del mar, 
mientras que la bala arrastraba al fon= 
do aquel tosco saco destinado a servirle 
de mortaja. No estuvo en la superficio 
más que el tiempo necesario para respi- 
rar y volverse a sumergir de nuevo, por» 
que la primera precaución que debía to- 
mar era substraerse a las miradas de log 
enterradores. 
Cuando apareció sobre el agua la se- 
gunda vez, se hallaba ya a cincuenta pa. 
sos del sitio de su caída ; vió encima de 
su cabeza un cielo negro y tempestuoso, 
y en medio de la atmósfera, el viento 
arrastraba algunas nubes, descubriendo 
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