6 'ALEJANDRO DUMAS
cuando estábamos de guarnición en Va-
lence.»
—; Caramba ! ¡ Es verdad |—exclamó
el armador, enajenado de alegría—. Ese
era mi tío Policarpo Morrel, que actual-
mente es capitán. Dantés, si decís a mi
tío que el emperador se ha acordado de
él, veréis llorar al pobre viejo lo mismo
que a un niño. Vamos, vamos—conti-
nuó el armador, dando amistosamente
golpecitos con la mano en el hombro del
joven— ; habéis hecho bien, Dantés, en
seguir las instrucciones del malogra-
do Leclerc y deteneros en la isla de El-
ba ; a pesar de que, si llegara a saborse
que hablais entregado un pliego al ma-
riscal y hablado con el emperador, po-
dría comprometeros.
—¿ Y por qué había de comprometer-
me esto, señor Morrel ?—dijo Dantés—;
puedo juraros que no sabía lo que traía ;
además de que el emperador no me hizo
más que las preguntas que hubiera he-
cho a cualquiera otro. Pero, perdonadme
——continuó Dantés—, ya vienen los de
la Sanidad y Aduana, ¿me dais vuestro
permiso ?
— Oh! $i, sf, mi querido Dantés, id
a cumplir vuestro deber.
El joven se alejó, y a medida que lo
verificaba, Danglars iba aproximándose.
—¡ Y bien! — dijo este último luego
que se halló junto al armador—. ¿Pare-
ce que se ha justificado con respecto a
su detención en Portoferraio?
—Cumplidamente, señor Danglars.
—Vamos, tanto mejor, porque, a la
verdad, siempre es un disgusto para
uno el ver a un camarada faltar a su
obligación.
—Dantés no ha faltado a la suya—
contestó el armador—, y nada ha hecho
que sea digno de reprensión ; era, sl,
una orden del capitán Leclerc.
—A propósito del capitán : ¿no os ha
entregado una carta suya?
—¿ Quién ?
—Dantés.
—A mí, no; pues qué, ¿trae acaso
alguna ?
—Creía... no os lo puedo asegurar...
Crefa, repito, que, además del pliego, el
capitán le había confiado una carta.
—Pero, Danglars, ¿de qué pliego ha-
bláis?.
—Del que Dantés ha dejado al pasar
por Portoferraio. ]
—¿ Y cómo sabéis que ese joven traía
un pliego que debía dejar en Portofe-
rraio ?
—Una casualidad ; acerté a pasar por
delante de la puerta del capitán, que se
hallaba entreabierta, y vi que éste en-
tregaba a Dantés un paquete y una
carta.
—Nada me ha hablado acerca de eso
todavía ; mas si trae la carta que decís,
él me la dará.
Danglars reflexionó un instante.
—Entonces, señor Morrel, os ruego
que nada digáis de esto a Dantés ; acar
go me habré equivocado.
En este momento el joven volvió, y,
Danglars se alejó.
—Vamos, querido Dantés, ¿estáis ya
libre ?—preguntó el armador.
—£Í, señor.
—Me alegro ; la operación no ha sido
larga.
—No, afortunadamente; he dado a
los aduaneros la factura de nuestros gé-
neros, y los papeles a un empleado del
puerto que ha venido con el práctico.
—Entonces, ¿nada tenéis ya que ha-
cer aquí?
Dantés lanzó una rápida mirada a su
alrededor.
—No; todo está en orden—dijo.
—Por lo tanto, podéis veniros a comer
con ñosotros, ¿no es verdad ?
—Dispensadme, señor Morrel, dis-
pensadme, os lo ruego ; pero... franca-
mente, la primera visita la debo a mi
padre ; sin embargo, no por esto quedo
menos reconocido al honor que me ha-
céls.
—Nada más justo, Dantés, nada más
justo ; ya sé que sois un buen hijo.
—¿Y podréis decirme, si es que lo
sabéis, cómo se encuentra mi padre?
—Creo que bien, querido Edmundo,
a pesar de que no lo he visto.
—$81, se mantendrá encerrado en su
reducida habitación.
—Eso prueba a lo menos que nada le
ha hecho falta durante vuestra ausencia.
Dantés se sonrió.
—Mi padre es demasiado orgulloso,
señor Morrel, y estoy seguro de que
aunque se haya visto necesitado, no ha-
brá pedido nada a nadie, a no ser a Dios.