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a veces un poco de cielo azul, en el que
brillaban una o dos estrellas. Delante
de él se extendía la playa sombría, ba-
rrida por las olas bramadoras y espumo-
sas que anunciaban una próxima tem-
pestad, mientras que detrás de él, más
negro aún que el mar, más obscuro que
el cielo, se elevaba como un fantasma
amenazador el gigante de granito, cuya
punta sombría se asemejaba a un brazo
extendido para volver a coger su presa.
En la roca más alta se veía una linter-
na alumbrando a dos sombras. Pareció-
le que aquellas sombras se inclinaban
hacia adelante mirando al mar con in-
quietud. En efecto, los malditos ente-
rradores debían haber oído el grito que
arrojó al atravesar el espacio. Se zam-
bulló de nuevo, y no volvió a aparecer
sino a gran distancia. Esta operación le
era muy familiar en otro tiempo, y
atraía a su alredodor, en la ensenada del
Faro, numerosos admiradores, que le
habían proclamado más de una vez el
más hábil nadador de Marsella.
Juando volvió a la superficie del mar,
la linterna habia desaparecido.
Fra necesario hacerse cargo del lugar
donde se hallaba para saber el rumbo
que habla de tomar ; de todas las islas
que rodeaban el castillo de Tf, Ratonnea
y Pommégue son las más cercanas ; pe-
ro estaban habitadas ; lo mismo suce-
día en la pequeña isla de Daume. Jia
más segura era la de Tiboulen o la de
Lemaire, que están a una legua del cas-
billo de Tf.
Dantés resolvió dirigirse a una de
ellas. Pero, ¿cómo encontrarla en me-
dio de la obscuridad que le rodeaba? Ein
aquel momento vió brillar como una es-
trella el Faro de Planier. Dirigiéndose
derecho a él, dejaba a la izquierda la is-
la de Tiboulen, luego, torciendo un po-
co a la izquierda del lugar donde se ha-
llaba, debía encontrar aquella isla en su
derrotero. Pero ya lo hemos dicho; el
castillo de Tf distaba una legua, a lo me-
nos, de aquella isla.
Faria solía repetir al joven en su pri-
sión : «Dantés, no os entreguéis de ese
modo a la molicie, porque cuando pro-
curdis huir os faltarán las fuerzas.» Se
acordo de aquellas palabras y empezó a
nadar para ver si en efecto había per-
dido sus fuerzas; mas vió con alegría
ALEJANDRO DUMAS
que su inacción forzada no le había dis-
minuído su poder ni su agilidad, y co-
noció que siempre era dueño del elemen:
to donde había vivido, por decirlo así,
desde su más tierna edad.
Por otra parte, el miedo, ese rápido
perseguidor, aumentaba su vigor. Incli-
nado sobre la cima de las olas, escuchaba
si llegaba hasta sus oídos algún ruido.
Cada vez que se elevaba en la extremi-
dad de una ola, su rápida mirada abra-
zaba el horizonte y quería penetrar al
través de las tinieblas. Cada ola más al-
ta que las otras, le parecía una barca que
venía en su persecución, y entonces, au-
mentaba sus esfuerzos, que indudable-
mente le alejaban, pero cuya continua-
ción debía pronto aniquilar sus fuerzas.
Sin embargo, seguía nadando, y ya el
terrible castillo había quedado envuel-
to entre los sombríos vapores de la no-
che. El no lo distinguía ya; pero no lo
podía borrar de su memoria.
Una hora pasó, durante la cual Dan-
tés, exaltado por el amor a la liber-
tad, continuaba hendiendo las olas en la
dirección que había tomado.
-—Veamos — decía para sí—; ya ha-
ce más de una hora que estoy nadando ;
pero como el viento me es contrario, he
perdido la cuarta parte de mi rapidez.
Mas, a no ser que me engañe en la lÍ-
nea, ya no debo estar muy lejos de la is-
la de Tiboulen. ¡ Pero si así no fuese !..-
Un súbito temblor recorrió todos los
miembros del nadador; procuró soste-
nerse de espaldas sobre el agua para
descansar un poco ; pero la mar era ca-
da vez más gruesa, y pronto conoció que
aquel medio de descanso era imposible.
—Pues bien — dijo—, seguiré nadan-
do hasta que se me cansen los brazos Y
las piernas, y entonces me dejaré ir %
fondo.
Y se puso a nadar de nuevo con toda
la fuerza que le prestaba la desespera-
ción.
De repente le pareció que el cielo $6
obscurecía más; que una nube espesú
pesada y compacta se inclinaba sobre él;
al mismo tiempo sintió un agudo dolor
en la rodilla. Guiado por la imagina-
ción, creyó que sería el choque de un4
bala, y que inmediatamente oiría la ex”
plosión del tiro; pero no sucedió asi:
Dantés extendió el brazo y encontr