Full text: Tomo 1 (1)

EL CONDE DE 
esa perfecta tranquilidad que había ad- 
quirido, le presentó un pasaporte inglés 
comprado en Liorna, y saltó a tierra sin 
Dinguna dificultad. 
Lo primero que vió al poner los pies 
en la Cannebiétre, fué uno de los anti- 
guos marineros del Faraón. Este hom- 
bre había servido tiempo ha bajo sus ór- 
denes, y se encontraba allí como un me- 
dio para tranquilizarle acerca del cam- 
bio que había experimentado su fisono- 
Mía ; se dirigió hacia él, y le hizo mu- 
chas preguntas, a las que respondió sin 
hacer sospechar, ni por su fisonomía ni 
por sus palabras, que recordase haber 
Visto jamás a quien le hablaba. Dantés 
dió al marinero una moneda en agrade- 
cimiento a sus informes; un instante 
después oyó que aquel hombre corría 
tras él, y se volvió. 
. —Perdonad, caballero — dijo el ma- 
rinero— ; os habéis engañado sin duda : 
Vos habréis creído darme una moneda 
de cuarenta sueldos, y me habéis dado 
Una de diez francos. 
—En efecto, amigo mio — dijo Dan- 
tés—, me había engañado ; pero vuestra 
honradez Merece ser recompensada ; 
aquí tenéis otra, que os ruego aceptéis, 
para beber a mi salud con vuestros com- 
pañeros. 
El marinero se quedó de tal modo 
aturdido con aquel regalo, que ni siquie- 
ra pensó en dar las gracias al que se lo 
hacía, y lo miró alejarse diciendo : 
—Será algún nabab que acaba de lle- 
gar de la India. 
Dantés continuó su camino ; cada pa- 
so que daba oprimía su corazón con una 
nueva emoción ; todos los recuerdos de 
la infancia, recuerdos indelebles, clava- 
dos eternamente en su memoria, esta- 
ban allí, renovándose con más violencia, 
cada vez que pasaba por una esquina, 
Por una plaza. 
Al llegar a la calle de Noailles, y al 
divisar la alameda de Meillan, sintió 
que flaqueaban sus rodillas, y poco le 
faltó para caer bajo las ruedas de un ca- 
Yruaje. 
Al fin llegó a la casa que había habi- 
tado su padre. 
Las enredaderas y las capuchinas ha- 
bían desaparecido de la ventana donde 
la mano de su padre las enredaba con 
tanto cuidado. Dantés se apoyó contra 
MONTECKISTO 135 
un árbol, y permaneció pensativo por al- 
gún tiempo mirando el último piso de 
aquella pobre casa; al fin se adelantó 
hacia la puerta, pasó el umbral, pregun- 
tó si había algún cuarto vacío, y aun- 
que le dijeron que estaba ocupado, in- 
sistió tanto por el quinto, que el porte- 
ro subió y pidió de parte de un extranje- 
ro a las personas que lo habitaban, per- 
miso para ver las dos piezas de que se 
componía, 
Los inquilinos eran un joven y una 
joven que acababan de casarse hacía 
ocho días. 
Al ver a aquellos dos jóvenes, arrojó 
Dantés un profundo suspiro. Además, 
ya no existía ningún recuerdo de como 
su padre lo dejó : las paredes no tenían 
el mismo papel ; todos los antiguos mue- 
bles, aquellos amigos de la infancia de 
Edmundo, presentes en su memoria con 
sus menores detalles, habían desapareci- 
do. Unicamente la situación de las pa- 
redes era la misma. 
Se volvió hacia el sitio donde su pa- 
dre acostumbraba poner la cama, y 
otra cama la había substituido ; a pesar 
suyo, sus ojos se llenaron de lágrimas ; 
en aquel sitio fué donde debió expirar el 
anciano nombrando a su hijo. 
Los dos jóvenes miraban con asom- 
bro a aquel hombre de fisonomía severa, 
por las mejillas del cual rodaban grue- 
sas lágrimas ; pero, como el dolor debe 
ser respetado, los jóvenes no hicieron la 
menor pregunta al desconocido ; mas se 
retiraron hacia atrás para dejarle llorar 
libremente, y cuando salió le acompa- 
ñaron, diciéndole que podía volver cuan- 
do quisiera, y que su pobre casa le sería 
siempre hospitalaria. 
Al pasar por el piso principal se paró 
Edmundo delante de otra puerta, y pre- 
guntó si seguía viviendo allí el sastre Ca- 
deroússe ; pero el portero le respondió 
que el hombre de que hablaba había te- 
nido muchas quiebras en su oficio, y que 
había tomado por su cuenta, en el cami.- 
no de Bellegarde a Beaucalre, la posada 
del puente del Gard. 
Dantés bajó, preguntó las señas del 
propietario de la casa de la avenida de 
Meillan, se dirigió a él, se hizo anun- 
ciar bajo el título que llevaba su pasa- 
porte, que era, lord Wilmore, y le com- 
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