Full text: Tomo 1 (1)

eso? La desgracia o la felicidad es secre- 
to de las paredes, las paredes oyen, pero 
no hablan ; de manera, que si para ser 
feliz sólo se necesita tener una gran for- 
tuna, Danglars goza de la más comple- 
ta felicidad. : 
—¿ Y Fernando? 
—¿ Fernando? Ese ya es otra cosa. 
—¿ Pero cómo ha podido hacer fortu- 
na un pobre pescador catalán sin recur- 
sos, sin educación? Eso es lo que me 
pasma, os lo confieso. 
—-Pues eso está aquí pasando todos los 
días ; es necesario que haya en su vida 
algún suceso extraño que nadie conoce. 
—Pero, en fin, ¿por medio de qué 
escalones visibles ha subido a esa fortu- 
na o tomado esa posición tan elevada ? 
—Ambas cosas, caballero, ambas 00- 
sas ; posee a la vez riquezas y posición. 
—¡ Vamos! Eso parece cosa de no- 
vela. 
—Ello así lo parece ; pero escuchad- 
me y todo lo comprenderéis. A Fernan- 
do, algunos días antes de la vuelta de 
Dantés, le haba tocado la suerte de sol- 
dado ; los Borbones le dejaron tranquilo 
en el barrio de los Catalanes ; pero Na- 
poleón volvió, se decretó otra quinta ex- 
traordinaria y Fernando se vió obligado 
a partir. Yo también partí; pero como 
era más viejo que él y acababa de casar- 
me, ful enviado solamente a las costas. 
Fernando fué agregado a las tropas acti- 
vas, pasó la frontera con su regimiento 
y asistió a la batalla de Ligny. La noche 
que siguió a la batalla estaba de centine- 
la a la puerta de un general que tenía 
relaciones secretas con el enemigo. 
'Aquella misma noche debía reunir- 
se con los ingleses ; propuso a Fernan- 
do que le acompañara, aceptó, abando- 
nó su puesto y siguió al general. Y lo 
que habría sido causa de que se forma- 
se a Fernando un Consejo de guerra, si 
Napoleón hubiera permanecido sobre el 
trono, le sirvió de recomendación a la 
vuelta de los Borbones. Así, pues, entró 
en Francia con la charretera de subte- 
niente ; y como la protección del gene- 
ral, que gozaba de gran favor, no le 
abandonó, ya era capitán el año 1823, 
en tiempo de la guerra de España, es 
decir, en el momento que Danglars 
arriesgaba sus primeras especulaciones. 
Fernando era español; fué enviado a 
EL CONDE DE MONTECRISTO 147 
Madrid, a fin de instruirse del estado do 
la opinión pública. Allí encontró a Dan- 
glars, se asoció con él, prometió a su 
general un apoyo entre los realistas de 
la capital y de las provincias, recibió 
promesas, se comprometió, siguió su re- 
gimiento por caminos conocidos sólo du 
él, por desfiladeros guardados por los 
realistas, y en fin, hizo tales servicio: 
en esa corta campaña, que después de l 1 
toma del Trocaderp fué nombrado coro- 
nel, y recibió la cruz de oficial de la 
Legión de Honor, con el título de barón. 
—¡ Oh! ¡Destino!... ¡ Destino!...— 
dijo el abate. 
—$Í; pero escuchad, aun no es eso 
todo. Concluida la guerra de España, la 
carrera de Fernando se hallaba inte- 
rrumpida por la larga paz que prometía 
reinar en Europa. Lia Grecia solamen- 
te se había sublevado contra Turquía, y 
acababa de empezar la guerra de su in- 
dependencia ; todas las miradas estaban 
fijas en Atenas ; era moda entonces com- 
padecer y sostener a los griegos. El Go- 
bierno francés, sin protegerlos abierta- 
mente, como sabéis, toleraba las emi- 
graciones parciales. Fernando solicitó y 
obtuvo permiso para ir a servir a Grecia, 
aunque sin dejar de pertenecer al ejér- 
cito francés. Algún tiempo después se 
supo que el conde de Morcef, éste era el 
nombre que llevaba, había entrado al 
servicio de Alí-Bajá con el grado de ge- 
neral instructor. Aquél fué muerto co- 
mo sabéis ya; pero antes de morir re- 
compensó los servicios de Fernando de- 
jándole una suma considerable, con la 
cual se volvió a Francia, donde le fué 
confirmado su grado de teniente general. 
—¿De manera que hoy...? — pregun- 
tó el abate. 
—De manera que hoy — prosiguió 
Caderousse—, es conde, diputado, y po- 
see un magnífico palacio en ParÍs, Ca- 
lle de Helder, número 27. 
El abate permaneció un instante pen- 
sativo y como vacilando ; pero al fin hi- 
zo un esfuerzo sobre sí mismo. 
—¿ Y de Mercedes? — dijo—. Me ha- 
bían asegurado que había... desapare- 
cido... 
—Sí, desapareció — dijo Caderous- 
se—, como desaparece el sol para salir 
al día siguiente más brillante. 
—;¡ Ah! ¿También ha hecho fortuna ? 
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