!
ip
198
» Así, pues, con mil cumplimientos la
volvió a conducir su elegante pareja don-
de la había sacado a bailar y donde la
esperaba Luigi. |
»Dos o tres veces durante la contra-
danza le había la joven mirado y cada
vez le vió más pálido y con las facciones
erispadas.
»Una vez había brillado a sus ojos
con un resplandor siniestro la hoja de
su puñal medio sacada de su vaina.
» Así, pues, temblaba cuando volvió a
apoyarse sobre el brazo de su amante.
» La cuadrilla había tenido un éxito
tan brillante, que probablemente se tra-
taría de repetirla,
Carmela se oponía ; pero el conde de
San Felice rogó con tanta ternura a su
hija, que al fin consintió.
» Al punto uno de los caballeros se lan-
zó a invitar a Teresa, sin la cual era
imposible que se verificase la contra-
danza.
» Pero la joven había desaparecido.
»En efecto, Luigi no se sintió con
fuerzas para sufrir la segunda prueba, y
medio de grado y medio por fuerza,
arrastró a Teresa hacia otro punto del
jardín; cedió ella, bien a pesar suyo;
pero había visto la alterada fisonomía del
joven, y dedujo de su silencio, interrum-
pido por sus estremecimientos nerviosos,
que pasaba en él algo de extraordinario.
» Tampoco dejaba ella de sentir una
agitación interior, y, a pesar de no ha-
ber hecho nada malo, comprendía que
Luigi tenía derecho para reconvenirla.
¿De qué? Lo ignoraba ; pero no por eso
se le ocultaba que sus reconvenciones
serían merecidas.
»No obstante, con gran asombro de
Teresa, Luigi permaneció mudo, y ni
siquiera una palabra entreabrió sus la-
bios durante el resto de la noche.
»Mas cuando el frío hizo salir de los
jardines a los convidados y se cerraron
las puertas de la quinta para principiar
la fiesta interior, se llevó a Teresa, y al
ir ella a entrar en su cabaña, le dijo :
»—Teresa, ¿en qué pensabas cuando
bailabas frente a la joven condesa de
San Felice?
»—Pensaba — respondió la joven con
toda la franqueza de su alma—, que da-
ría la mitad de mi vida por tener un
traje como el suyo.
'ALEJANDRO DUMAS
»—¿Y qué te decía tu pareja ?
»—(Que sólo de mi dependía el tener-
lo; que me bastaba pronunciar una so-
la palabra.
»—Tenía razón — respondió Luigi—w
¿Lo deseas tanto como dices?
»—SÍ.
»—¡ Pues bien, lo tendrás |
»La joven, asombrada, levantó la ca-
beza para preguntarle; pero su rostro
estaba tan sombrío y tan terrible, que la
voz se le heló en sus labios.
»Por otra parte, al pronunciar estas
palabras, Luigi se había alejado.
»Teresa le siguió con los ojos por la
obscuridad todo el tiempo que pudo.
» Y así que hubo desaparecido, entró
en su cuarto suspirando.
» Aquella misma noche ocurrió un
gran trastorno ; sin duda, por la impru-
dencia de algún criado, que se descuidó
al apagar las luces, se había apoderado
el fuego del palacio de San Felice, jus-
tamente en los alrededores de la habita-
ción de la hermosa Carmela.
» Despertada en medio de la noche por
el resplandor de las llamas, había salta-
do de su cama, y envuelta en su bata,
intentó huir por la puerta ; pero el corre-
dor, por el cual debía pasar, estaba inva-
dido por las llamas.
» Entonces entró en su cuarto pidien-
do socorro, cuando de repente se abrió su
balcón, situado a veinte pies de la tie-
rra ; un joven aldeano se lanzó en la ha-
bitación, cogió a la señorita en brazos,
y qon fuerza y agilidad sobrehumanas la
transportó al musgo del prado, donde can
yó desmayada.
»Cuando recobró el sentido vió a su
padre y a todos los criados que la ro-
deaban, prodigándola socorros.
» Un ala entera del palacio había ardi-
do; ¿pero qué le importaba, puesto que
Carmela se había salvado?
» Buscaron por todas partes a su liber-
tador, mas no pareció; preguntaron a
todo el mundo, pero nadie le había visto.
» En cuanto a Carmela, estaba tan tur-
bada, que no le había reconocido.
» Por otra parte, como el conde era in-
mensamente rico, prescindiendo del pe-
ligro que había corrido su hija, y que
por la milagrosa manera con que se ha-
bía salvado, le pareció más bien un nue-
vo favor de la Providencia, que una des-