EL CONDE DE
inanimado de Cucumetto, le llevó a la
gruta, mientras Teresa quedaba aguar-
dándole.
»8i otro viajero hubiese pasado en-
tonces, hubiese visto una cosa particu-
lar; esto es, una pastora guardando su
rebaño en traje de cachemira, ricos pen-
dientes y un collar de perlas, alfileres
de diamantes y botones de zafiro, esme-
raldas y rubies.
»Sin duda hubiérase creído transpor-
tado a los tiempos de Florián ; hubiera
asegurado, al volver a París, que había
encontrado a la pastora de los Alpes sen-
tada al pie de los montes Sabinos.
»Pasado un cuarto de hora, Vampa
salió a su vez de la gruta.
»Su traje no era menos elegante en
su género que el de Teresa.
» Tenía una chaqueta de terciopelo
carmesf, con botones de oro cincelados,
un chaleco de seda, todo cubierto de
bordados ; una banda romana, atada al-
rededor del cuello; una cartuchera,
adornada con oro y seda roja y verde;
calzones de terciopelo azul de cielo, ce-
fiidos por bajo de la rodilla con cadenas
de diamantes; polainas de piel de ga-
mo, bordadas de mil arabescos, y un
sombrero, donde flotaban cintas de todos
colores, dos relojes colgaban de su cintu-
ra, y su cartuchera sostenía un magnífi-
co puñal.
» Teresa lanzó un grito de admiración.
»Vampa, con este traje, parecía una
pintura de Leopoldo Robert o de
Schuetz ; hablase vestido el traje com-
pleto de Cucumetto.
»El joven conoció el efecto que produ-
jo en su novia, y una sonrisa de orgullo
asomó a sus labios.
»—Ahora — dijo a Teresa—, ¿te Ha-
llas dispuesta a seguir mi suerte, cual.
quiera que sea?
—, Oh, sí! — dijo la joven con entu-
Slasmo. !
et A A
vaya ?
»—Hasta el fin del mundo.
»—Entonces, toma mi brazo y vámo-
nos, porque no podemos perder un mo-
mento. |
»La linda pastora cogió el braza de
su amante, sin preguntarle siquiera dón-
de la llevaba, porque en aquel momen-
seguirme dondequiera que
MONTECRISTO 201
to le parecía bello, arrogante y poderosa
como un Dios.
» Ambos se dirigieron hacia el bosque,
cuya entrada salvaron al cabo de pocos
minutos.
»No se necesita advertir que Vampa
conocía todos los senderos de la monta-
ña; por tanto, se internaba en el bosque
sin titubear un solo instante, aunque no
había en él ningún camino marcado, y
reconociendo la senda que debía seguir
con la sola inspección de los árboles y
matorrales; de esta suerte marcharon
una hora y media, poco más o menos.
»Al cabo de este tiempo llegaron al
paraje miás espeso del bosque.
»Un torrente, cuyo lecho estaba seco,
conducía a una profunda hoya, y Vam-
pa se dirigió por este extraño camino
que, encajonado entre dos alturas y obes-
curecido por la espesa sombra de los pi-
nos, parecía, en vez de fácil bajada, el
sendero del Averno descrito por Virgilio.
» Teresa, atemorizada del aspecto de
aquel sitio salvaje y desierto, se estrechó
contra su guía si decir una palabra ; pe-
ro como le vela marchar siempre con
igual paso, y como su semblante mos-
traba siempre una profunda tranquili-
dad, se veía en cierto modo obligada a
disimular su emoción. :
_»De repente y como a diez pasos de
distancia, vieron a un hombre aparecer
delante de un árbol, detrás del cual se
hallaba oenlto, y que encañonando a
Vampa le gritó :
»—N1 un paso más o eres muerto.
»—¡ Vamos ! — dijo Vampa levantan-
do la mano con un gesto despreciativo,
mientras Teresa, sin poder ocultar su te-
mor, se unía más a él — : ¿se destrozan
los lobos entre sí?
»—¿Quién eres? — preguntó el cen-
tinela.
»—Soy Luigi Vampa, el pastor de la
quinta de San Felice.
»—¿ Y qué quieres?
»—Quiero hablar a tus compañeros,
que están en el soto de Rocca Bianca.
»—En tal caso, signeme—dijo el cen.
tinela-—, o más bien, puesto que sabes
dondo está este sitio, anda delante
»Vampa respondió sonriendo con mn
aire de desprecio a la precanción del
bandido, pasó delante con Teresa. y
continuó su camino con el mismo paso
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