EL CONDE DE
cede la sociedad, suficiente, porque el
hierro de la guillotina hubiese pasado en-
tre la base occipital y los músculos tra-
pecios del cuello, y porque aquel que 08
ha hecho sentir años de sufrimientos
mortales hubiese experimentado algu-
nos segundos de dolores físicos?
—$í, ya lo sé — replicó Franz—; la
justicia humana es tan insuficiente co-
mo consoladora ; sólo puede derramar
la sangre en cambio de la sangre ; preci-
so es pedirle sólo lo que puede y nada
más.
—Y aún supongo un caso material —
replicó el conde—; aquel en que la so-
ciedad, atacada por la muerte de un in-
dividuo en la base sobre la cual se re-
posa, venga la muerte con la muerte.
¿Pero no hay millones de dolores con
los que puedan ser desgarradas las en-
trañas de un hombre, sin que la socie-
dad se ocupe en ello, sin que le ofrezca
el medio insuficiente de venganza de que
hablábamos hace poco? ¿No hay críme-
nes para los cuales el palo de los turcos,
las gamellas de los persas, los nervios re-
torcidos de los iroqueses serían suplicios
demasiado dulces, y que, sin embargo,
la sociedad indiferente deja sin casti-
go?... Responded, ¿no hay tales crÍ-
menes?
—Sf—respondió Franz—, y para cas-
tigarlos está tolerado el duelo.
— Ah !, el duelo — exclamó el con-
de— ; ¡buen modo, a fe mía, de conse-
guir el objeto, cuando el objeto es la
venganza ! Un hombre os ha robado una
querida, un hombre ha sed ucido vuestra
mujer, un hombre ha deshonrado vues-
tra hija ; de una vida entera, que tenía
derecho a esperar de Dios la parte de
felicidad que ha prometido a todo ser
humano al crearlo, ha hecho una exis-
tencia de dolor, de miseria o de infa-
mia ; ¿y os crecis vengado porque a ese
hombre, que ha esparcido el dolor en
vuestro corazón, le habéis dado una es-
tocada en el pecho o introducido una ba-
la en la cabeza? ¡ Vamos! Sin contar
con que es él quien sale a menudo triun-
fante de la lucha, lavado de la mancha
a los ojos del mundo, y en cierto modo
absuelto por Dios. No, no—continuó el
conde—; si alguna vez tuviera que ven-
garme, no me vengaría así.
—¿Conque desaprobáis el duelo?
MONTECRISTO 217
¿conque no os batiríais en duelo ?—pre-
guntó a su vez Alberto, asombrado de
olr tan extraña teoría.
—¡ Oh! Sí tal — dijo el conde—, En=-
tendámonos ; me batiría por una Mmise-
rla,, por un insulto, por una palabra, por
una bofetada, y eso con tanto más des-
precio, cuanto que, gracias a la habili.
dad que he adquirido en todos los ejer-
cicios de armas y a la costumbre que
tengo del peligro, estaría casi seguro de
matar a mi contrario. ¡ Oh! Sí, me ba=w
tiría por todo eso ; pero por un dolor len
to, profundo, infinito, eterno, devolvew
ría, si era posible, un dolor semejante al
que me hubieran causado ; ojo por ojo,
diente por diente, como dicen los griens
tales, nuestros maestros en todo, esos
elegidos de la Creación que han sabido
formarse una vida de sueños y UN pa-
ralso de realidades,
—Pero — dijo Franz al conde—, con
esa teoría que os constituye en juez y;
verdugo en vuestra propia causa, es di.
fícil que vos mismo os escapéis del pow
der de la ley. El odio es ciego, la cólex
ra aturdida, y el que toma a su cargo 14
venganza, arriesga el beber un amargo
brebaje:
—$1, si es pobre y torpe ; no, sl es mi
llonario y hábil. Por otra parte, todo lo
peor sería ese último suplicio de que
hablábamos hace poco, el que la filan-
trópica Revolución francesa ha substi-
tuído al descuartizamiento y a la rueda,
¡ Y bien! ¡ qué es el suplicio si está ven-
gado! En verdad que casi siento que
ese miserable Pipino no sea decapitato,
como ellos dicen ; veríais el tiempo que
dura y si merece la pena de hablar de '
ello. Pero en verdad, señores, que tene
mos una conversación un poco singular
para un día de Carnaval. ¿Cómo hemos
venido a parar a este punto? ¡ Ah! Me
acuerdo : me habíais pedido un sitio en
mi balcón ; ¡ pues bien ! sea, lo tendréis ;
pero primero sentémonos a la Mesa,
pues justamente nos vienen 4 anunciar
que ya está el almuerzo servido,
En efecto, un criado abrió una de
las cuatro puertas del salón, y pronun-
ció las palabras sacramentales de :
-—Al suo commodo !
Los dos jóvenes se levantaron y pasa-
ron al comedor.
Durante el almuerzo, que era excex