Full text: Tomo 1 (1)

228 
prometió que quedarían satisfechos de 
su inteligente actividad. 
En efecto, al día siguiente, a las nue- 
ve, entró en el cuarto de Franz, acom- 
pañado de un sastre cargado con ocho o 
diez clases de vestidos de aldeamos ro- 
manos. 
Los dos amigos escogieron dos pareci- 
dos que casi ajustaban a su cuerpo; 
encargaron a su huésped que les pusle- 
se unas veinte cintas en cada uno de 
sus sombreros y que les procurase dos 
de esas fajas de seda, de listas transver- 
sales y colores vivos, con las cuales los 
hombres del pueblo, en los días de fies- 
ta, tienen la costumbre de ceñir la cin- 
bura. ' 
Alberto estaba impaciente por ver có- 
mo le estaría su improvisado vestido ; 
el cual se componía de una chaqueta y 
unos calzones de terciopelo azul, me- 
dias con cuchillas bordadas, zapatos con 
hebillas y un chaleco de seda. 
El joven, pues, no podía menos de ga- 
nar con ese traje tan pintoresco ; y cuan- 
do su cinturón hubo oprimido su ele- 
gante talle, cuando su sombrero, ligera- 
mente inclinado a un lado, dejó caer so- 
bre su hombro una infinidad de cintas, 
Franz se vió obligado a confesar que el 
traje influye mucho para la superioridad 
física en ciertas poblaciones. 
Los turcos, tan pintorescos antes con 
sus trajes largos de vivos colores, ¿mo 
están ahora horribles con sus levitas 
azules abotonadas y los gorros griegos, 
qne parecen botellas de vino con tapón 
encarnado ? 
Franz felicitó a Alberto, que en pie, 
delante del espejo, se sonrela con aire 
de satisfacción, que nada tenía de equí- 
vOCO. 
En este estado entró el conde de Mon- 
tecristo. 
-Señores — les dijo—, como por 
agradable que sea la compañía en las di- 
versiones, la libertad lo es más aún, ven- 
go a anunciaros que por hoy y los días 
siguientes dejo a vuestra disposición el 
carruaje de que os habéis servido ayer. 
Nuestro huésped ha debido deciros que 
tenía tres o cuatro en sus cuadras : no 
me priváis, pues, de ir en carruaje; 
usad de él libremente para ir a diverti- 
ros o 4 vuestros asuntos. Nuestra cita, 
ALEJANDRO DUMAS 
si algo tenemos que decirnos, será en el 
palacio Róspoll. 
Los dos jóvenes quisieron hacer al- 
gunas observaciones, pero verdadera- 
mente. no tenían ninguna razón para 
rehusar una olerta que, por otra parte, 
les era agradable. Concluyeron por 
aceptar. 
El conde de Montecristo permaneció 
un cuarto de bora con ellos, hablando 
de todo con una facilidad extremada. 
Estaba, como ya se habrá podido notar, 
muy al corriente de la litorabura de to- 
dos los países. Una ojeada que arrojó 
sobre las paredes de su cuarto, había 
probado a Franz y a Alberto que era 
aficionado a los cuadros. Algunas pala- 
bras que pronunció al pasar, les pro- 
bó que no le eran extrañas las ciencias ; 
sobre todo, parecía haberse ocupado 
particularmente en Química. 
Los dos amigos no tenían la preten- 
sión de devolver al conde el almuerzo 
que él les había dado ; hubiera sido una 
necedad ofrecerle, en cambio de su ex- 
celente mesa, la comida muy mediana 
de maese Pastrini. Se lo dijeron fran- 
camente, y él recibió sus excusas como 
hombre que apreciaba su delicadeza. 
Alberto estaba encantado de los mo- 
dales del conde, que, sin su ciencia, hu- 
biera reconocido por un caballero. Lia 
libertad de disponer enteramente del 
carruaje, le llenaba, sobre todo, de ale- 
gría ; tenía ya sus miras acerca de aque 
llas graciosas aldeanas, y como se har 
bían presentado la víspera en un carrua- 
je muy elegante, no le desagradaba apa 
recer en este punto con igualdad. 
A la una y media los dos jóvenes ba- 
jaron ; el cochero y los lacayos habian 
imaginado poner sus libreas sobre pieles 
de animales; lo cual les formaba un 
cuerpo aún más grotesco que el día an- 
terior, y esto también les valió el que 
Alberto y Franz les alabasen por aque- 
lla invención. 
Alberto había colocado sentimental. 
mente su ramillete de violetas ajadas en 
su ojal. 
Al primer toque de la campana par- 
tieron y se precipitaron a la calle del 
Corso por la vía Vittoria. A la segun- 
da vuelta, un ramillete de violetas que 
salió de un grupo de payasas, y que vi- 
no a caer al carruaje del conde, indicó
	        
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.