Full text: Tomo 1 (1)

EL CONDE DE 
»El platero se sonrió. 
»—¿ Tenéis viajeros en vuestra po- 
sada? — preguntó. 
»—No — respondió Caderousse— ; no 
duerme aquí nadie, estamos muy cerca 
de la ciudad, y nadie se detiene en ella. 
»—Entonces, voy a incomodaros ho- 
triblemente. 
»—¡ Incomodarnos! ¿Vos? ¡Oh, no 
lo creáis ! 
»—Veamos, ¿dónde me pondréis? 
»—En el cuarto de arriba. 
»—Pero, ¿no es el vuestro? 
»—¡ Oh! No importa ; tenemos otra 
cama en la pieza que está al lado de 
ésa. 
»Caderousse miró a su mujer con 
asombro. 
»Hl platero se acercó, para calentar- 
se, a un poco/de lumbre que había en- 
cendido la Carconte en la chimenea 
para secar a su huésped. 
» Durante este tiempo colocaba sobre 
una esquina de la mesa, donde había 
extendido una servilleta, los restos de 
Una cena, la cual acompañó de dos o 
bres huevos frescos. 
»Caderousse encerró de nuevo los bi- 
lotes en su cartera, su oro en su saco, 
Y todo en el armario. 
»Paseábase por la sala pensativo, le- 
Vantando de cuando en cuando la mira- 
da sobre el platero, que estaba fuman- 
do delante del hogar, y que a medida 
que se secaba de un lado se volvía del 
Otro, 
»—Aquí — dijo la Carconte colocan- 
do una botella de vino sobre la mesa—, 
cuando queráis cenar todo está prepa- 
tado. 
»—¿Y vos? — preguntó Joannés. 
»-—Yo no cenaré — respondió Cade- 
Tousse. 
»—Hemos comido tarde — se apresu- 
ró a decir la Carconte. 
»—¿ Luego voy a cenar solo? — dijo 
el platero. SS 
»—Nosotros os serviremos — dijo la 
Carconte con una amabilidad que no le 
tra habitual ni aun con los huéspedes 
QUe pagaban. 
»De cuando en cuando Caderousse 
anzaba sobre ella una mirada rápida 
Como un relámpago. 
»La tempestad continuaba. 
»—¿Oís, oís? — dijo la Carconte—, 
CONDE 19.—TOMO I 
MONTECRISTO 289 
Bien habéis hecho, a fe mia, en volver, 
»—Lio cual no impide — dijo el pla- 
tero—, que si durante la cena se aplaca 
este temporal, me vuelva a poner en 
camino. 
»—Este es el mistral — dijo Cade: 
rousse arrojando un suspiro—, y me pa- 
rece que lo tenemos hasta mañana. 
»—Tanto peor para los que estén 
fuera — dijo el platero sentándose a la 
mesa. 
»—S1 — dijo la Carconte—, mala no- 
che pasarán, 
»Ll platero empezó a cenar, y la Car- 
conte siguió prodigándole los cuidados 
más atentos. Si el platero la hubiese 
conocido de antemano, tal cambio le hu- 
biera asombrado, inspirándole algunas 
sospechas. 
»En cuanto a Caderousse, no pro- 
nunciaba una palabra ; seguía paseando 
y parecía vacilar aún en mirar a su 
huésped. 
»Cuando se hubo terminado la cena 
fué él mismo a abrir la puerta. 
»-—reo que se calma la tempestad 
— dijo. 
»Pero en aquel momento, como para 
desmentirle, un trueno terrible estre- 
meció la casa, y una bocanada de vien- 
to mezclada de lluvia entró y apagó la 
lámpara. 
» Volvió a cerrar; su mujer encendió 
un cabo de vela en la hoguera mori- 
bunda. 
»—Mirad — dijo al platero—, debéis 
estar fatigado; ya be puesto sábanas 
limpias en la cama : subid a acostaros 
y dormid bien. 
»Joannés se quedó aún un instante 
para asegurarse de que el huracán no se 
calmaba, y cuando se cercioró de que 
el trueno y la lluvia crecían considera- 
blemente, dió a sus huéspedes las bue- 
nas noches y subió la escalera, 
» Pasaba por encima de mi cabeza y 
yo sentía crujir cada escalón bajo sus 
pasos. 
»La Carconte le siguió con una mi- 
rada ávida, mientras que, al contrario, 
Caderousse le volvió la espalda sin mi- 
rarle. 
»Todos estos detalles, que los recqr- 
dé después de algún tiempo, no me cho- 
caron en el momento en que los pre= 
senciaba ; nada era para mí más natu- 
nn.” a A
	        
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