El CONDE DK
ta. Ningún país puede decir que me ha
visto nacer. Dios sólo sabe qué tierra
me verá morir. Adopto todas las cos-
tumbres, hablo todas las lenguas. ¿Me
credis francés porque hablo con la mis-
ma facilidad y la misma pureza que
vos? ¡Pues bien! Alí, mi negro, me
cree árabe ; Bertuccio, mi mayordomo,
Me cree romano ; Haydée, mi esclava,
me cree griego. Así, pues, comprende-
réig que no siendo de ningún país, no
pidiendo protección a ningún Gobier-
ho, no reconociendo a ningún lumbre
por hermano mío, no me paralizan ni
me detienen los escrúpulos que detie-
nen a los poderosos o los obstáculos que
paralizan a los débiles. No tengo más
que dos adversarios y no vencedores,
porque con la constancia los sujeto, y
son el tiempo y el espacio. El tercero
y el más terrible es mi condición de
hombre mortal. Este es el único que
puede detenerme en mi camino y antes
que haya conseguido el objeto que de-
seo ; todo lo demás lo tengo calculado.
Lo que los hombres llaman reveses de
la suerte, es decir, la ruina, el cambio,
las eventualidades, los he previsto yo,
y si alguno puede ocurrirme, no por
eso puede derribarme. Á menos que
muera, continuaré siendo lo que s0y ;
he aquí por qué os digo cosas que nUN-
ca habóis oído, ni de boca de los reyes,
porque los reyes os necesitan y los hom-
bres os tienen miedo. ¿Quién es el que
no dice para sí en una sociedad tan rl-
díiculamente organizada como la nues-
tra : «Tal vez un día tendré que buscar
al procurador del rey» ?
—¿ Y podéis vos decir lo contrario ?
Desde el momento en que habitáis en
Francia, naturalmente tenéis que some-
teros a las leyes francesas.
—Ya lo sé, caballero — respondió
Montecristo— ; pero cuando voy a ir
a un país empiezo a estudiar, por me-
dios que me son propios, a todos los
hombres de quienes puedo tener algo
que esperar o que temer, y llego a co-
nocerles tan bien o mejor tal vez que
ellos se conocen a si mismos. De donde
resulta que cualquier procurador del rey
que se las hubiera conmigo, seguramen-
be se vería más apurado que yo.
MONTECRISTO 3811
la naturaleza humana, todo hombre,
según vuestro parecer, ha cometido...
faltas.
—Faltas... o crimenes — respondió
sencillamente Montecristo.
—¿ Y que sólo vos entre los hombres,
a quienes ho reconocéis como herma-
nos — repuso Villefort con voz altera-
da—, y que sólo vos sois perfecto ?
—No, perfecto no—respondió el con-
de— ; impenetrable nada más. Pero de-
jemos esto, caballero, si la conversación
os desagrada, que nia mí me amenaza
vuestra justicia, ni a vos mi doble vista.
—No, no, caballero — dijo vivamente
Villefort, que temía, sin duda, el pa-
recer vencido—; no, con vuestra bri-
llante y casi sublime conversación me
habéis elevado sobre el nivel ordinario ;
ya no hablamos familiarmente, estamos
disertando. Bien sabéis cuán crueles
verdades se dicen a veces los teólogos
de la Sorbona o los filósofos en sus
disputas ; supongamos que hablamos de
teología social y de filosofía teológica,
y os diré una de esas rudas verdades, y
es que sacrificáis el orgullo; vos sol8
superior a los demás, pero Dios lo es a
vOS.
—Superior a todo, caballero — res-
pondió Montecristo con un acento tan
profundo que Villefort se estremeció in-
voluntariamente—. Yo tengo mi orgu-
llo para los hombres, serpientes slem-
pre prontas a erguirse contra el que las
mira y no les aplasta la cabeza. Pero
abandono este orgullo delante de Dios,
que me ha sacado de la nada para ha-
cerme lo que soy.
— Entonces, señor conde, os admiro
— dijo Villefort, que por la primera vez
en este extraño diálogo acababa de em-
plear esta fórmula aristocrática para con
el extranjero, a quien hasta entonces
no babía llamado más que caballero—.
Sí, os lo repito ; si sois realmente fuer.
te, realmente superior, realmente santo
e impenetrable, lo que viene a Ser lo
mismo, según decís, sed soberbio, caba-
llero ; ésa es la ley de las dominaciones.
Pero, ¿tenéis alguna ambición ?
—Tuve una.
—¿ Cuál ?
—"También yo, como sucede a todo
. —Lo cual quiere decir — replicó con hombre en la vida, fuí conducido por
indecisión Villefort—, que, siendo débil Satanás una vez a la montaña más al-