EL CONDE DE
mo tendría yo nada que temer ; le diría
que os amo, y ella nos protegería.
—Sin embargo, Valentina — con-
testó Maximiliano—, si viviese, yo no
os hubiera conocido ; porque, como ha-
béis dicho, seríais feliz si ella viviera,
y Valentina feliz, me hubiera contem-
plado muy desdeñosamente desde lo al-
to de su grandeza.
—¡ Ah, amigo mío! — exclamó Va-
lentina—. Ahora sois vos el injusto. Pe-
ro decidme...
—¿Qué queréis que os diga? — re-
puso Maximiliano, viendo que Valen-
tina vacilaba.
—Decidme — continuó la joven—.
¿Ha habido en otros tiempos algún mo-
tivo de disgusto entre vuestro padre y
el mío en Marsella?
—Ninguno, que yo sepa — respondió
Maximiliano—, a no ser que vuestro
padre era el más celoso partidario de
los Borbones, y el mío era hombre adic-
to al emperador ; esto, según presumo,
es cuanto ha habido de disidencia entre
ambos. Pero, ¿por qué me'bhacéis esta
pregunta, Valentina ?
—Voy a deciroslo — repuso ésta—,
porque debéis saberlo todo. El día que
publicaron los periódicos vuestro nom-
bramiento de oficial de la Legión de
Honor, estábamos todos en casa de mi
abuelo, M. Noirtier, donde también se
hallaba M. Danglars, ya sabéis, ese
banquero cuyos caballos estuvieron an-
teayer a punto de matar a mi madrastra
y a mi hermano. Yo leía el periódico en
voz alta a mi abuelo, mientras los de-
más hablaban del casamiento probable
de M. de Morcef con la señorita Dan-
glars. Cuando llegué al párrafo que tra-
taba de vos, y que ya habla yo leído,
he desde la mañana anterior me
1ablais anunciado esta buena noticia,
cuando llegué, pues, a dicho párrafo,
me sentía muy feliz... pero temerosa al
mismo tiempo de verme obligada a pro-
bunciar en voz alta vuestro nombre,
os aseguro que lo hubiera omitido, a
ho ser por el temor de que diesen una
mala interpretación a mi silencio ; por
consiguiente, uni todas mis fuerzas y
leí el párrafo.
—¡ Querida Valentina |
—HEscuchadme. En el momento de
olr vuestro nombre, mi padre volvió la
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cabeza ; estaba yo tam persuadida (ved
si soy loca) de que este nombre había
de hacer en todos el efecto de un rayo,
que creí notar un estremecimiento en
mi padre y aun en M. Danglars (aun-
que con respecto a éste estoy segura de
de que no fué una ilusión). « Morrel !-—-
dijo mi padre—. Jispera un poco.»
Frunció las cejas y continuó: «¿Será
éste acaso uno de esos Morrel de Mar-
sella, de esos furiosos bonapartistas quo
tantos males nos han causado en 1815 ?»
«Si—respondió Danglars—, y aun creo
que es el bijo del antiguo armador.»
—Así es la verdad — dijo Maximi-
liano—; ¿y qué respondió vuestro pa-
dre, Valentina?
—¡ Oh! Una cosa terrible que no mo
atrevo a decir.
—No importa — dijo Maximiliano
sonriendo—, decidlo todo.
—«Su emperador — continuó frun-
ciendo las cejas—, sabía darles el lugar
que merecían a todos estos fanáticos :
les llamaba carne de cañón y era el
único nombre que merecían ; veo con
gusto que el nuevo Gobierno vuelve a
poner en vigor ese saludable principio,
y si para ese solo objeto reservase la,
conquista de Argel, le felicitaría doble-
mente aunque por otra parte nos cos-
tase UN poco Caro.»
—En efecto, es una política bastante
brutal — dijo Maximilano— >; pero no
sintáis, querida mía, lo que ha dicho
M. Villefort; mi valiente padre no ce-
día en nada al vuestro sobre este punto,
y repetía sin cesar: «¿Por qué el em-
perador, que tantas cosas buenas hace,
no forma un regimiento de jueces y
abogados y los presenta siempre al pi1-
mer fuego?» Ya veis, amiga mía; an-
bas opiniones se equilibran por lo pin-
toresco de la expresión y la dulzura del
pensamiento. Pero, ¿qué dijo M. Du
glars al escuchar la salida del procus:.-
dor del rey?
—¡ Oh 1 Comenzó a refrse con es4 son -
fisa siniestra que le es peculiar, y quo
a mi me parece feroz , pocos momentos
después se levantaron ambos y se mar-
charon; entonces Únicamente conoci
que mi abuelo estaba muy conmovido.
Preciso es deciros, Maximiliano, que
yo soy la sola que adivina las agitacio-
nes de ese pobre paralítico, y. crei en-
A