a
EL CONDE DE
yo vuelvo a mi puesto. ¿Queréis subir
conmigo?
—Ya 08 sigo.
Montecristo entró en la torre, divi-
dida en tres pisos; el bajo contenía al-
gunos instrumentos de labranza, como
azadones, picos, regaderas, apoyados
contra la pared ; era todo el mueblaje.
El segundo piso era la habitación or-
dinaria, o más bien nocturna, del em-
leado ; contenía algunos utensilios po-
e como unha calma, una mesa, dos
sillas, una fuente de barro, además al-
gunas hierbas secas colgadas del techo,
y que el pS reconoció por manzanas
de olor y albaricoques de España, cuyas
semillas conservaba el buen hombre ;
todo esto lo tenía tan bien guardado co-
mo hubiera. podido hacerlo un maestro
botánico del Jardín de las Plantas.
¿Se necesita mucho tiempo para
aprender la telegrafía, amigo mio? —
preguntó |
Monteeristo.
—No es tan largo estudio como el de
los sup Jernu Nerarios.
—¿Y qué sueldo tenéis?...
-—Mil francos, caballero.
—No es mucho.
No; pero dan habitación, como
vels.
Montecristo miró al cuarto.
P asaron NE s al tercer piso; éste
era la pieza destinada al telégrafo.
bra to miró a su vez las dos
máquinas de hierro con ayuda de las
cuales hacía mover la máquina el em-
pleado.
Esto es muy interesante — dijo—;
pero es una vida que deberá parecer un
poco insípida.
Sí; al principio duelen un poco los
Ojos a fuerza de tanto mirar ; pero al ca-
bo de uno o dos años se acostumbra
uno a ello; luego también nosotros te-
hemos nuestras horas de recreo y nues-
tros días de vacaciones.
-—¿ Vuestros dias de vacaciones?
,y
pre Cuáles
peslon nublados.
¡Ab! Es justo.
é ae isos son mis días de fiesta ; bajo al
jardín estos días, planto, cavo, slenm-
bro... y en fin... se pasa el rato..
Cuánto tiempo hace que estáis
o
aqui?
MONTECRISTO 381
—Diez años, y cinco de supernume-
rario... son quince.
—¿Vos tenéis... ?
—Cincuenta y cinco años,
—¿ Cuánto tiempo de se rvicio necesi.
táis para obtener la pensión ?
—;¡ Oh ! caballero, veinticinco años.
—¿Y de cuánto es esa pensión ?
—De cien escudos,
—¡ Pobre humanidad] — murmuró
Montecristo.
¿Qué decis? —
pleado.
—Que eso es muy Ánteresante.
—¿El qué?
—Todo lo que decís... ¿Y vos no
Ei! re nada de vuestras señales?
-Nada absolutamente.
—¿Ni habéis tratado de ello?
—Jamás, ¿y de qué me serviria?
—Sin embargo, señales hay que se
dirigen a vos.
—$in duda.
—Y ésas sí las comprenderéis.
—Siempre son las mismas.
—¿Y dicen... ?
—Nada de nuevo... «Tenéis una ho-
ra». «hasta mañana».
—Eso es muy inocente — dijo el con-
cap pero mirad, ¿no veis a vuestro
légrafo opuesto que se pone en movi-
Ana
> Ah!
“»reguntó el em-
Es verdad; gracias, caba-
¿Mero.
¿Y qué os dice? ¿Comprendéis
algo?
Sí, me pregunta si estoy pronto.
—¿ Y le respondéis?...
-—Por la misma señal, que revela a
mi correspondiente de la derecha que ss
atiendo, mientras que invito al de la
12q1 ne >rda a que se prepare a su vez.
Eso es muy ingenioso — dijo el
conde.
—Vais a ver — repuso con orgullo el
buen hombre—, dentro de cinco Mminu-
tos va a hablar.
—Tengo aún cinco minutos — dijo
Montecristo—, más de lo que nec esito.
Amigo mío, permitid que os haga una
pregunta.
—Hablad.
—¿ Vos sois apasionado de los jardi-
nes?
-——En extremo.
—¿ Y seríais feliz si en lugar de. te-