Full text: Tomo 1 (1)

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—Señor marqués, ¿podré esperar el 
honor de deciros dos palabras a solas? 
—¡ Ah | Pero, ¿es realmente una cosa 
grave? — preguntó la marquesa al no- 
tar la nube que obscurecía la frente de 
Villefort. 
—Tan grave, que me veré precisado 
a separarme de vos por espacio de algu- 
nos días. Para que esto suceda—conti- 
nuó dirigiéndose a Renée—, podéis juz- 
gar si el asunto será serio. 
—¡ Conque vais a partir! — exclamó 
la joven, incapaz de ocultar la emoción 
que le causaba tan inesperada noticia. 
—¡ Ay! Sí, señorita—respondió Vi- 
llefort— , es preciso. 
—¿ Adónde vais? — preguntó la mar- 
quesa. 
—HEs un secreto, señora ; sin embar- 
go, si alguno de los presentes quiere en- 
viar algunos encargos a París, tengo un 
amigo que partirá esta tarde, y que los 
llevará con gusto. 
Todos se miraron unos a otros. 
—¿No habíais indicado que deseabais 
hablarme ?—dijo el Marqués. 
—$Í1, pasemos a vuestro gabinete, sl 
gustáls. 
El marqués cogió el brazo de Villefort 
y salió con él, 
—Vamos — preguntó este último al 
llegar a su gabinete—. ¿Qué es lo que 
sucede? ¡ Hablad ! 
—Cosas que creo de la mayor grave- 
dad, y que hacen indispensable mi mar- 
cha a París al instante. Ahora, perdo- 
nad la indiscreción de la pregunta : ¿te- 
néis papel del Estado? 
—81 ; toda mi fortuna está en inscrip- 
ciones; tengo por valor de setecientos 
mil francos, poco más O Menos. 
—Pues bien, vended ese papel, mar- 
qués, vendedlo, o de lo contrario os vais 
a ver arruinado. 
—Pero, ¿cómo queréis que lo venda? 
—¿No conocéis a ningún agente de 
Bolsa ? 
—8l. 
—Dadme una 
venda sin perder 
der un segundo ! 
do tarde! 
-—; Diablo 1 — exclamó el marqués-—. 
'Entonce3 no perdamos tiempo. 
Y se sentó a la mesa, y escribió una 
carta a un agente de Bolsa, en la cual 
carta para él, y que 
un minuto ; | sin per- 
¡ Quizá será demasia- 
ALEJANDRO DUMAS 
ordenaba vendiese 4: cualquier 
precio. 
—Ahora que ya tengo esta carba—d1jo 
Villefort guardándola cuidadosamente 
en su cartera—, necesito otra, además. 
—¿ Para quién? 
—Para el rey. 
—¿ Para el rey ? 
—Al. 
—Pero yo no me atrevo a tomar sobre 
mí el cargo de escribir a Su Majestad. 
—Tampoco yo os lo pido precisamen- 
te a vos; pero os ruego que lo haga el 
señor de Salvieux. Es indispensable que 
yo sea presentado a Su Majestad, sin 
tenerme que someter a las formalidades 
de etiqueta, que me harían perder un 
tiempo precioso. 
—Pero, ¿mo conocéis, por ventura, al 
guardasellos, que tiene entrada a todas 
horas en las Tullerías, y por cuya in- 
tervención podéis llegar hasta Su Ma- 
jestad ? 
—¡ Oh! Sf, es indudable ; pero es ¡n= 
útil que comparta con otro el mérito de 
la noticia que voy a comunicar, ¿com= 
prendéis? El guardasellos me relegaría 
a segundo rango, y me quitaría todo el 
beneficio que puedo reportar de tal ne- 
gocio. Sólo os digo una cosa, marqués 7 
mi carrera está ya asegurada ; si llego 
el primero a las Tullerías, habré pres- 
tado al rey un buen servicio, el cual creo 
que Su Majestad no olvidará. 
—En ese caso, amigo mío, id a hacer 
vuestros preparativos ; yo voy a llamar y 
Salvieux, y le haré escribir la carta que 
os franqueará la entrada en palacio. 
—Bien, no perdáis tiempo, porque 
dentro de un cuarto de hora es necesario 
que yo esté en la silla de postas. 
—Haced parar el carruaje en 12 
puerta, 
—Está bien; por supuesto, espero 
que me disculparéis con la marquesa, 
¿no es así? y también con la señorita de 
Saint-Meran, de quien me separo en un 
día como éste con el más profundo sen- 
timiento. 
—A las dos las encontraréis en mi gan 
binete y allí podréis despediros de ellas. 
—Os doy un millón de gracias ; repital 
que no olvidéis la carta. 
El marqués tiró del cordón de la cama 
panilla y poco después se presentó un 
lacayo. 
que
	        
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