Full text: Tomo 1 (1)

EL CONDE DE 
—Decid al conde de Salvieux que le 
Cspero aquí — dijo el marqués—. Ahora 
podéis marchar cuando gustéis—añadió 
dirigiéndose a Villefort. 
—Bueno, al instante vuelvo, 
Y Villefort salió corriendo ; pero al 
egar a la puerta reflexionó que un subs- 
tituto del procurador del rey, andando a 
pasos precipitados sería motivo de alar- 
Ma en la población, y por lo tanto, mo- 
eró su andar, volviendo a tomar su pa- 
$0 magistral. Al tiempo de salir divisó, 
Oculta en la sombra, una especie de 
lanco fantasma, que le esperaba en 
Ple e inmóvil. Era la joven catalana, que 
Do teniendo noticias de Edmundo, se 
escapó por la noche del Faro, para saber 
Por sí misma la causa de la prisión de 
Su amante. Al aproximarse Villefort, 
lercedes se separó de la pared sobre la 
cual estaba recostada, saliendo al en- 
Suentro de aquél. Dantés habla ya ha- 
lado de su prometida al substituto, de 
Modo que ésta no tuvo necesidad de de- 
Cr su nombre, para que Villefort la re- 
Conociese. Este se sorprendió de la be- 
eza y dignidad de aquella mujer, y 
Cuando le preguntó qué había sido de 
su amante, le pareció que él era el acu- 
sado y ella el juez. 
—El hómbre de quien habláis—dijo 
bruscamente Villefort—, es un gran cul- 
Pable, y nada puedo hacer por él, se- 
orita. 
. Mercedes dejó escapar un gemido, y 
como Villefort procurase pasar al otro 
ado, para continuar su camino, ella le 
detuvo por segunda vez. 
—Pero, ¿dónde está? — preguntó—. 
1 Decidme eso a lo menos, para que pue- 
“a informarme si está vivo o muerto ! 
aÑo lo sé ; ya no está en mi poder 
Tespondió Villefort. 
Violentado al ver aquella mirada fija y 
Buplicante, rechazó a Mercedes y entró 
en su casa cerrando precipitadamente la 
Puerta, dejando a aquella infeliz entre- 
gada a la desesperación. 
Mas el dolor no se puede alejar como 
58 quiere ; a semejanza de dardo mortí- 
*ro, del cual nos habla Virgilio, el hom- 
da herido por aquél lleva siempre el ve- 
Do consigo. 
Á pesar de haber Villefort entrado y 
PT e puerta, según hemos dicho, 
egó a su gabinete le faltaron 
CONDE 4,-—TOMO 1 
MONTECRISTO 49 
las fuerzas, arrojó un suspiro y se dejá 
caer desfallecido sobre su sitial. 
Entonces, en el fondo de aquel «oras 
zón nació el primer germen de una úlces 
Ta mortal. El hombre que sacrificó a su 
ambición al inocente Edmundo, que pax 
gaba por su culpable padre el señor Noir. 
tier, se le apareció pálido y amenazador y 
dando la mano a su prometida, arrasx 
trando tras sí los remordimientos ; ese 
sonido siniestro y doloroso que hiere al 
gunas veces el corazón y le marchita 
con sólo el recuerdo de una acción pax 
sajera, produciendo sensaciones que terx= 
minan con la muerte. ' 
Entonces también penetró en el alma 
de aquel hombre la duda. El había dicx 
tado la pena capital contra algunos acu. 
sados, y el recuerdo de su suplicio nd 
había obscurecido su frente, porque eran 
culpables, o por lo menos Villefort log 
tenía por tales. Mas ahora variaba la 
cuestión ; aquella sentencia de encierra 
perpetuo era impuesta a un inocente y 
inocente que iba a ser feliz, y de quien! 
no sólo destruía la libertad, sino la dix 
cha; esta vez no obraba como juez, y 
si más bien como verdugo. 
La herida que había recibido Ville= 
fort, era de esas que no se cierran nun- 
ca, y si se clerran, no es más que paral 
volverse a abrir todavía más sangrien= 
tas y más dolorosas que antes. Si en 
aquel momento la dulce voz de Renée 
hubiese resonado en su alma, pidiéndole 
gracias ; si la hermosa Mercedes hubie= 
se entrado diciéndole : «En nombre dal 
Dios, que nos mira y nos juzga, devolx 
vedme a mi prometido», entonces, aque 
lla frente arrugada y medio inclinada 
por la necesidad, se hubiera bajado to= 
davia más, y con sus manos heladas, a 
riesgo de lo que pudiera resultar, hu- 
biera firmado la orden de libertad para 
Dantés ; pero ninguna voz se oyó on 
medio del silencio, y la puerta no se 
abrió más que para dar entrada al ayu= 
da de cámara de Villefort, que vino y 
anunciarle que ya estaban enganchados 
los caballos a la silla de posta. 
El substituto se levantó inmediata- 
mente ; como un hombre que triunfa de 
una lucha interior, se dirigió a su gave- 
ta, colocó en sus bolsillos todo el ora 
que habla en uno de sus cajones, em- 
pezó a dar vueltas por el cuarto coma
	        
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