Full text: Tomo 2 (2)

108 ¡ALEJANDRO DUMAS 
—¿Rehusáis, pues, ese medio? tecristo con una gravedad extremada—, 
—Lo rehuso. ya conoceréis que en todo estoy pronto 
—e Absolutamente ? a serviros ; pero lo que me pedís sale ya 
—Absolutamente. del círculo de lo que puedo hacer por 
—Entonces, oíd mi último consejo. vos. 
—Bien, pero que sea el último. —¿Por qué? 
—¿No queréis oírle? —Tal vez lo sabréis un día, 
—Al contrario, os lo pido. —Pero mientras tanto. .. 
—No enviéis a Beauchamp vuestros —Dispensadme ; es un secreto. 
padrinos. —Está bien. Elegiré a Franz y a 
—¿ Cómo? Chateau Renaud. 
—Íd vos mismo a buscarle. —Perfectamente. ¡ Franz y Chateau 
—Eso es contra toda costumbre. Renaud son muy a propósito para el 
—HEse duelo nada tiene que ver con caso ! 
los comunes. —Pero, en fin, si me bato, ¿me da- 
—¿ Y por qué debo ir yo mismo? réis una leccioncita de espada o de pis- 
—Porque de ese modo el asunto que- tola ? 
dará entre vosotros dos. —No ; también es imposible. 
—Explicaos. * —Oh 1 ¡ Qué singular sois! ¿Conque 
—Sin duda, si Beauchamp está dis- en nada queréis mezclaros ? 
puesto a rebractarse, preciso es dejarlo  —En nada absolutamente. 
el mérito de la buena voluntad. No por —Entonces no hablemos más de ello. 
eso dejará de hacer lo que le parezca, 'Adiós, conde, 
Si rehusa, al contrario, entonces será  —Adiós, vizconde. 
tiempo de revelar el secreto a los dos  Morcef tomó su sombrero y salió. 
extraños. 'A la puerta encontró su cabriolé, y 
—No serán dos extraños, serán dos conteniendo cuanto pudo su cólera, se 
hizo conducir a casa de Beauchamp, pe- 
l 
li 1 
amigos. 
—Los amigos de hoy, son enemigos To allí lo dijeron que estaba en la re- 
mañana. dacción. 
— Oh! ¡ Cómo... Entonces. Alberto se hizo conducir 
-Dígalo Beauchamp. allí. 
—Agl, pues... Beauchamp estaba en un salón som- 
—Ast, pues, os recomiendo la pru- brío y obscuro, como lo son casi todas 
dencia. las redacciones de periódicos. 
—¿ Y vos queréis que vaya yo mismo  Anunciáronle a Alberto de Morcef. 
a buscar a Beauchamp? Dos veces se hizo repetir el anuncio, y 
—Al. mal convencido aún gritó : 
-—¿ Solo? —Entrad. 
—Bolo. Cuando se quiere obtener al- Alberto entró. 
go del amor propio de un hombre, es  Beauchamp arrojó una exclamación 
preciso salvar a ese amor propio hasta de sorpresa al ver a su amigo atravesal 
la apariencia del sufrimiento. por entre los papeles, y pisotear, coD 
—Creo que tenéis razón, la torpeza, hija de la poca costumbre 
¡ Gracias a Dios! que tenía, los periódicos de todos ta- 
—Iré solo. maños que cubrían, no sólo el pavi- 
—Rscuchad ; creo que mejor haríais mento, sino la mesa en que estaba es- 
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en no ir ni solo ni acompañado. eribiendo. 
—Es imposible. —¡ Por aquí, por aquí, mi querido 
—Haced lo que os digo, os tendrá más Alberto! — dijo guiando al joven—. 
cuenta. ¿Qué diablos os trae por acá? ¿Venís 
—Pero, en este caso, Veamos ; si a a almorzar conmigo? Veamos, buscad 
pesar de todas mis precauciones se lle- una silla ; mirad, allí hay una junto a 
ga a verificar el desafío, ¿me serviréis aquel geranio, que es lo único que re- 
do testigo? cuerda que haya hojas en el mundo, 
—Mi querido vizconde — dijo Mon- además de las de papel.
	        
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