Full text: Tomo 2 (2)

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—$1 — respondió el anciano, 
-—Establecida en casa de mi abuelo, 
M. Morrel podrá venir a verme en. casa 
de este bueno y digno protector; y sl 
el lazo que nuestros corazones iguoran- 
tes o caprichosos han empezado u for- 
mar parece suave y presenta garantías 
de una dicha futura (¡ay! según dicen, 
los corazones inflamados por los Obs- 
táculos se enfrían fácilmente al cesar 
éstos), entonces M. Morrel me pedirá 
a mí misma y yo le atenderé. 
—¡0h! — dijo Morrel queriendo 
arrodillarse ante el anciano como ante 
un Dios, y ante Valentina como ante 
un ángel—. ¡Oh! ¿qué he hecho yo en 
toda mi vida para merecer tanta ven- 
tura ? 
-——Hasta entonces — continuó la jo- 
ven con Su voz pura y severa-—, es ne- 
cesario respetar las conveniencias, la 
voluntad de nuestros padres con tal que 
no sea separarnos para siempre ; en una 
palabra, y la repito porque ella lo dice 
todo : esperaremos. 
—Y los sacrificios que esta palabra 
impone — dijo Morrel—, os juro que 
sabré cumplirlos con resignación y con 
honor. 
—Así, pues — continuó Valentina 
dirigiendo una dulce mirada, que pe- 
netró hasta el corazón de Maximilia- 
no—, no más imprudencias, amigo 
mío; no comprometáis a la que de hoy 
más se mira como destinada a llevar 
pura y dignamente vuestro nombre. 
Morrel puso la mano sobre su cora- 
zÓN. 
Noirtier los miraba con la mayor ter- 
nura. Barrois, que había permanecido 
en el fondo del gabinete como persona 
para quien nada hay oculto, sonreía, 
enjugando las gotas de sudor que se 
desprendían de su calva frente. 
—¡ Ay, Dios mío! Qué calor tiene 
este buen Barrois — dijo Valentina. 
— Ah! es que he corrido bien, seño- 
rita ; pero debo hacer justicia a M. Mo- 
rrel ; corría más que yo. 
Noirtier indicó con la 
villa en que había una garrafa de li- 
monada y un vaso; la limonada que 
faltaba la había tomado poco antes 
M. Noirtier. 
—Toma,, buen Barrois, toma, porque 
vista una sal- 
ALEJANDRO DUMAS 
veo que diriges una mirada codiciosa a 
la limonada, 
-—Es cierto — dijo Barrois — que me 
muero de sed, y que bebería de buena 
gana un vaso de limonada a vuestra 
salud, 
-—Bebe, pues — le dijo Valentina—, 
y vuelve al instante. 
Barrois se llevó la salvilla, y apenas 
había llegado al corredor, cuando por 
entre la puerta, que dejó medio abierta, 
le vieron echar hacia atrás la cabeza 
para apurar el vaso que había llenado 
Valentina. 
Despidióse ésta. de Morrel a presen- 
cia de su abuelo, cuando se oyó resonar 
en la escalera la campanilla de M. de 
Villefort ; era señal de que llegaba al- 
guna visita, y Valentina miró al reloj. 
—Son las doce — dijo—; hoy es sá- 
bado, querido abuelo; es, sin duda, el 
médico. 
Noirtier hizo una señal afirmativa. 
—Ya a venir aquí; es preciso que 
M. Morrel se retire. ¿No es verdad, 
abuelo? 
—$i — respondió éste. y 
—Barrois — gritó Valentina—, Ba- 
rrols, ven. 
Oyóse la voz del criado que respon- 
día: 
— Voy, señorita. 
—Barrdis va a acompañaros hasta la 
puerta; y ahora acordaos de una cosa, 
saballero oficial, y es; que mi abuelo 
os encarga no dels ningún paso capaz 
de comprometer nuestra dicha. 
—He prometido esperar, y esperará 
— dijo Morrel. 
En este momento entró Barrois. 
—¿Quién ha llamado? — preguntó 
Valentina, 
-—Hl doctor de Avrigny — dijo Bas 
rrois que no podía tenerse en pie. 
-—¿Qué tenéis, Barrois? — le pres 
guntó Valentina. 
El anciano no respondió ; miraba 4 
su amo con ojos desencajados y con las 
manos agarrotadas buscaba un apoyo 
para poder sostenerse. 
—Pero va a caer — gritó Morrel. 
En efecto, el temblor que se había 
apoderado de Barrois se aumentaba gra- 
dualmente, y sus facciones, alteradas 
por los movimientos convulsivos de log
	        
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