Full text: Tomo 2 (2)

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EL CONDE DE 
águila sobre su presa, volvió a subir y 
entró en la sala. 
Madama de Villefort tomó lentamien- 
te el camino de su cuarto. 
—¿Es ésta la garrafa que estaba 
aquí? — preguntó de Avrigny. 
—$1, señor doctor. 
—¿Esta limonada es la que habéis 
bebido? 
—Así lo creo. 
—¿Qué gusto le habéis encontrado? 
—Un sabor amargo. 
El doctor vertió unas cuantas gotas 
de limonada en la palma de la mano, las 
aspiró con los labios, y después de en- 
juagarse con ellas la boca, como se ha- 
Ce cuando se quiere tomar gusto al vi- 
do, arrojó el líquido en la chimenea. 
_—Es la misma —dijo—. ¿Y vos tam- 
bién habéis bebido de ella, M. Noir- 
bier? 
—$1 — dijo el anciano. 
—¿Y le habéis encontrado el sabor 
amargo? 
—£8l, 
—¡ Ah, doctor! — gritó Barrois—. 
El accidente me repite. ¡Dios mio! 
¡Señor, tened piedad de mí! 
El facultativo se acercó al enfermo. 
—El emético, señor, ved si lo han 
traído. 
Esto 
tando : 
-—¡ El emético, el emético! ¿Lo han 
traído? 
Nadie respondía ; el terror más pro- 
mmdo reinaba en la casa. 
.—$81 hubiese un medio para introdu- 
Cirle el aire en los pulmones — dijo de 
Vrigny mirando por todas partes—, 
quizá podría contener la asfixia. ¡ Pe- 
TO no! ¡ Nada, nada ! 
—i Ay señor! , Me dejardis morir sin 
salió precipitadamente, gri- 
Socorrerme ? — gritaba Barrois—. ¡ Ay, 
10s mío! ¡ Me muero, me muero! 
1 Una pluma, una pluma | — decía 
el facultativo, y vió una sobre una me- 
ma; Procuró introducirla en la boca del 
enfermo, que, atacado de violentas con- 
Vulsiones, hacía esfuerzos inútiles para 
Yomitar; pero tenía tan apretados los 
lentes, que fué imposible hacer pasar 
Pluma. 
Barrois sufría un ataque nervioso 
Mucho más fuerte que el primero, había 
Caído del sillón al suelo y se revolcaba 
MONTECRISTO 115 
en él; el facultativo le dejó, no pudien- 
do aliviarle, y se dirigió a M. Noirtier. 
—¿Cómo os sentis? — le dijo preci- 
pitadamente y en voz baja—. ¿Bien? 
—$Í. 
—¿Con el estómago ligero o pesado? 
—Ligero. 
—¿Cómo cuando tomáis la píldora 
que os doy los domingos? 
—$Sl. 
—¿Ha sido Barrois quien ha hecho 
vuestra limonada ? 
—SÍ, 
—¿ Sois vos el que se la ha hecho 
beber? 
—No. 
—¿ Ha sido M. de Villefort? 
—No. 
—¿Su señora ? 
— Tampoco. 
—¿ Valentina ? 
—SÍ. 
Un suspiro de Barrois llamó la aten- 
ción de Avrigny ; dejó a Noirtier y se 
acercó al enfermo. 
—Barrois, ¿podéis hablar? 
Este balbuceó algunas palabras inin- 
teligibles. 
—Haced un esfuerzo, amigo mío . 
Barrois abrió sus ensangrentados 
Ojos. 
—(¿Quién hizo la limonada? 
—Yo. 
—¿DLa habéis traido en seguida a 
vuestro amo? 
—No. 
—¿ Dónde la dejasteis? 
—En la repostería, porque me lla- 
maban. 
—¿Quién la ha traido? 
—La señorita Valentina. 
De Avrigny se dió una palmada en 
la frente. 
—¡ Oh, Dios mío, Dios mío! — dijo 
a media voz. 
—¡ Doctor, doctor! — gritó Barrois 
que presentía el tercer acceso. 
—¿Pero no llega el emético? — grl- 
tó el facultativo. 
—-Aquí ostia — dijo Villefort, pre- 
sentando un vaso. 
—¿Quién lo ha traido? 
—El mancebo del boticario que ha 
venido conmigo. 
—Bebed.
	        
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