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¡Yo, por ejemplo, ¿qué hago más que
esperar? Tengo paciencia, y Cristo con
todos.
—$í, porque en vez de esperar dos-
vientos francos miserables, esperas cin-
o o seis mil, tal vez diez, y quién sabe
si hasta doce mil; porque eres un car-
celero : cuando andúbamos juntos no te
faltaba tu hucha, que tratabas de ocul-
tar al pobre amigo Caderousse. Afor-
tunadamente, tenía buen olfato el ami-
go Caderousse, ya sabes.
—Ya vuelves a divagar — dijo 'An-
drés—, siempre estás hablando de lo
masado. ¿A qué viene eso?
—¡ Ah! Tú tienes veintiún años, y
puedes olvidar lo pasado; yo cuento
cincuenta, y tengo necesidad de re-
cordarlo. Pero no importa ; volvamos a
los negocios,
—Sl.
— Quería decir que si yo me encon-
trase en tu puesto... -
—¿ Qué harías?
—Lealizarla...
—, Cómo! Realizarías...
—Bí; pediría un semestre adelanta-
do, pretextando que quería ser elegi-
ble, y comprar una hacienda, y des-
pués, con mi semestre, pondría pies en
polvorosa.
— Hola ! ¡hola! ¡hola! — dijo An-
drés—. ¡ Tal vez no esté mal pensado !
Querido amigo — dijo Caderous-
se—, come de mi cocina y sigue mis
consejos, y no te irá tan mal física y
moralmente,
— Está bien! Pero dime, ¿por qué
no sigues tú el consejo que das? ¿por
qué no realizas un semestre o un año
y te retiras a Bruselas? En vez de pa-
Jecer un panadero retirado, parecerias
un comerciante arruinado en el ejerci-
cio de sus funciones,
—¿ Pero cómo demonios quieres que
me retire con mil doscientos francos ?
—¡ Ah! ¡Te vas volviendo muy exi-
gente! Hace dos meses que be morlas
de hambre,
-—l apetito viene comiendo — dijo
Caderousse enseñando los dientes como
un mico que ríe o como un tigre que
refunfuña.
o Y partiendo con aquellos mismos
dientes tan blancos y tan agudos, a pe-
'AUEJANDRÓ DUMAS
sar de la edad, un enorme pedazo de
pan, añadió ;
—Tengo un plan.
Los planes de Caderousse asustaban
a Andrés mucho más todayía que sus
ideas; las ideas no eran más que el
germen, el plan era la realización,
-——Veamos ese plan — dijo—. ¡ Debe
ser bonito!
—¿ Y por qué no? El plan por medio
del cual dejamos el establecimiento de
M. Chose, ¿a quién se debe, eh? ¡ Me
parece que a mí! Y no sería tan malo
cuando nos encontramos en este sitio.
—No lo niego — contestó Andrés-—,
algunas veces aciertas; pero sepamos
tu plan.
— Veamos — prosiguió Caderousse—,
¿puedes tú, sin desembolsar un cuarto,
hacerme obtener quince mil francos?...
No, quince mil francos no son bastan-
tes, necesito treinta mil para ser hom-
bre honrado.
—No — respondió
drós—, no puedo.
—No me has comprendido, según pa-
rece — respondió Caderousse con frial-
dad— : te he dicho que sin desembol-
sar tú un cuarto.
¿Quieres ahora que yo robe para
que nos perdamos y vuelvan a llevarnos
allá abajo?.:.
-¡ Oh! A mí me importa poco — di-
jo Caderousse—, tengo una condición.
sumamente original: jamás me fasti-
dian- mis antiguos camaradas; no soy
como tú, que no tienes corazón, que no
deseas volver a verlos.
Esta vez Andrés palideció.
—Vaya, Caderousse, no digas dispa-
rates.
¡ Qué! no; vive tranquilo, mi buen
Benedetto; pero indicame un medio
para ganar estos treinta mil francos,
sin mezclarte tú en nada ; déjame obrar
a mí; ¡he aquí todo!
—Pues bien, veré, buscaré — dijo
Andrés.
—Pero, entretanto, elevarás mi ren-
ta a quinientos francos, ¿no es verdad,
chico? Tengo una manía, quiero tomar
una criada.
—Bien, tendrág quinientos francos;
pero la carga es mucha, Caderousse, y
tú abusas...
—, Bah! — dijo ésto—
secamente An-
puesto que
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