Full text: Tomo 2 (2)

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¡Yo, por ejemplo, ¿qué hago más que 
esperar? Tengo paciencia, y Cristo con 
todos. 
—$í, porque en vez de esperar dos- 
vientos francos miserables, esperas cin- 
o o seis mil, tal vez diez, y quién sabe 
si hasta doce mil; porque eres un car- 
celero : cuando andúbamos juntos no te 
faltaba tu hucha, que tratabas de ocul- 
tar al pobre amigo Caderousse. Afor- 
tunadamente, tenía buen olfato el ami- 
go Caderousse, ya sabes. 
—Ya vuelves a divagar — dijo 'An- 
drés—, siempre estás hablando de lo 
masado. ¿A qué viene eso? 
—¡ Ah! Tú tienes veintiún años, y 
puedes olvidar lo pasado; yo cuento 
cincuenta, y tengo necesidad de re- 
cordarlo. Pero no importa ; volvamos a 
los negocios, 
—Sl. 
— Quería decir que si yo me encon- 
trase en tu puesto... - 
—¿ Qué harías? 
—Lealizarla... 
—, Cómo! Realizarías... 
—Bí; pediría un semestre adelanta- 
do, pretextando que quería ser elegi- 
ble, y comprar una hacienda, y des- 
pués, con mi semestre, pondría pies en 
polvorosa. 
— Hola ! ¡hola! ¡hola! — dijo An- 
drés—. ¡ Tal vez no esté mal pensado ! 
Querido amigo — dijo Caderous- 
se—, come de mi cocina y sigue mis 
consejos, y no te irá tan mal física y 
moralmente, 
— Está bien! Pero dime, ¿por qué 
no sigues tú el consejo que das? ¿por 
qué no realizas un semestre o un año 
y te retiras a Bruselas? En vez de pa- 
Jecer un panadero retirado, parecerias 
un comerciante arruinado en el ejerci- 
cio de sus funciones, 
—¿ Pero cómo demonios quieres que 
me retire con mil doscientos francos ? 
—¡ Ah! ¡Te vas volviendo muy exi- 
gente! Hace dos meses que be morlas 
de hambre, 
-—l apetito viene comiendo — dijo 
Caderousse enseñando los dientes como 
un mico que ríe o como un tigre que 
refunfuña. 
o Y partiendo con aquellos mismos 
dientes tan blancos y tan agudos, a pe- 
'AUEJANDRÓ DUMAS 
sar de la edad, un enorme pedazo de 
pan, añadió ; 
—Tengo un plan. 
Los planes de Caderousse asustaban 
a Andrés mucho más todayía que sus 
ideas; las ideas no eran más que el 
germen, el plan era la realización, 
-——Veamos ese plan — dijo—. ¡ Debe 
ser bonito! 
—¿ Y por qué no? El plan por medio 
del cual dejamos el establecimiento de 
M. Chose, ¿a quién se debe, eh? ¡ Me 
parece que a mí! Y no sería tan malo 
cuando nos encontramos en este sitio. 
—No lo niego — contestó Andrés-—, 
algunas veces aciertas; pero sepamos 
tu plan. 
— Veamos — prosiguió Caderousse—, 
¿puedes tú, sin desembolsar un cuarto, 
hacerme obtener quince mil francos?... 
No, quince mil francos no son bastan- 
tes, necesito treinta mil para ser hom- 
bre honrado. 
—No — respondió 
drós—, no puedo. 
—No me has comprendido, según pa- 
rece — respondió Caderousse con frial- 
dad— : te he dicho que sin desembol- 
sar tú un cuarto. 
¿Quieres ahora que yo robe para 
que nos perdamos y vuelvan a llevarnos 
allá abajo?.:. 
-¡ Oh! A mí me importa poco — di- 
jo Caderousse—, tengo una condición. 
sumamente original: jamás me fasti- 
dian- mis antiguos camaradas; no soy 
como tú, que no tienes corazón, que no 
deseas volver a verlos. 
Esta vez Andrés palideció. 
—Vaya, Caderousse, no digas dispa- 
rates. 
¡ Qué! no; vive tranquilo, mi buen 
Benedetto; pero indicame un medio 
para ganar estos treinta mil francos, 
sin mezclarte tú en nada ; déjame obrar 
a mí; ¡he aquí todo! 
—Pues bien, veré, buscaré — dijo 
Andrés. 
—Pero, entretanto, elevarás mi ren- 
ta a quinientos francos, ¿no es verdad, 
chico? Tengo una manía, quiero tomar 
una criada. 
—Bien, tendrág quinientos francos; 
pero la carga es mucha, Caderousse, y 
tú abusas... 
—, Bah! — dijo ésto— 
secamente An- 
puesto que 
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