Full text: Tomo 2 (2)

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—Que te dejes aquí ese diamante que 
traos en el dedo. ¿ (Quieres que nos pren- 
dan? ¿Quieres perdernos con semejan- 
te barbaridad ? 
—¿ Por qué dices eso? 
—¿Por qué? ¡Porque te pones una 
librea, te disfrazas de lacayo, y te dejas 
en el dedo un diamante que valdrá de 
cuatro a cinco mil francos. 
—;¡ Caramba !... Acertaste el precio... 
¿por qué no te echas a diamantista ? 
—Hs que yo entiendo de diamantes ; 
he tenido uno. 
—Y puedes vanagloriarte de ello -—— 
dijo Andrés que, sin incomodarse, co- 
mo temía Caderousse, le entregó el dia- 
mante sin disgusto. 
Caderousse se puso a mirarlo tan cer- 
ca, que Andrés conoció que examinaba 
si los rayos de la piedra brillaban bas- 
tante. 
-—Esbe diamante es falso —- dijo Ca- 
derousse. 
-—¿Te burlas? — respondió 'Andrés. 
-—No te incomodes, ahora lo veremos. 
Y Caderousse se dirigió a la ventana, 
y pasando el diamante por los vidrios, 
" éstos crajieron al momento. 
—« Laus Deo!» Es verdad -— dijo 
Caderousse colocándose el anillo en el 
dedo meñique—, me engañé ; esos la- 
drones de diamantistas imitan de tal 
manera Jas piedras preciosas, que ya 
es inútil el «r a robar nada a sus alma- 
cenes ; esta industria se ha perdido. 
—-¿Conque — dijo Andrés—, hemos 
acabado? ¿Tienes alguna otra cosa que 
pedirme? ¿Quieres mi vestido? ¿Quie- 
res mi gorra? Vamos, no tengas em- 
barazo en pedir. 
—No, en el fondo eres un buen cama- 
rada. Anda con Dios, haré lo posible 
por curarme mi ambición. 
-Pero ten cuidado que al vender el 
diamante no te suceda lo que temías 
que te sucediese con las monedas de 
oro. 
—-No lo venderé ; 
-—Hoy o mañana, 
dijo el joven para sí. 
—Punantuelo afortunado —- añadió 
Caderousse—, ¿ahora vas a buscar tus 
lacayos, tus caballos, tu carruaje y tu 
hovia ? 
—S, ya — dijo 'Andrés. 
—Mira, espero que el día que te cs 
no tengas cuidado 
lo más tardo - 
ALEJANDRO DUMAS 
ses con la hija de mí amigo Danolars, 
me harás un buen regalo. 
—Ya te he dicho que se te ha puesto 
esa tontería en la: cabeza. 
—¿ Qué dote tiene? 
—Ya te digo.. 
—¿ Un millón ? 
'Andrés se encogió de hombros. 
—Vamos, sea un millón ; nunca ten- 
drás tanto como yo te deseo 
—Gracias — dijo el mancebo. 
—Lo digo de corazón — añadió Ca- 
derousse riendo fuertemente—. Hspe- 
ra, te acompañaré. 
—No te incomodes. 
—Es preciso. 
—4 Por qué? 
— Oh | us la puerta tiene un 
pequeño secreto; una medida de pre: 
caución que me ha parecido convenien- 
te adoptar; una cerradura de Huret y 
Fichet, «revisada y añadida» por Gras- 
par Caderomsse. Tie haré otra igual 
cuando seas capitalista. 
—Gracias — dijo Andrés—, te avi- 
saré con ocho días de anticipación. 
Y se separaron. : 
E rousse permaneció en la escalera 
hasta que vió a Andrés bajar todos los 
pisos a atravesar el patio. Entonces se 
entró precipitadamente, cerró la puer- 
ta y se puso a estudiar como un pro- 
fundo arquitecto el plano que había tra- 
zado Andrés. 
—Paréceme — dijo—, que mi que- 
rido Benedetto no se apesadumbrará por 
coger la herencia, y que no será mal 
amigo suyo el que le anticipe el día de 
tomar sus quinientos mil francos. 
XXI.-—-La fractura. 
El día siguiente al en que tuvo lugar 
la Egon ión que hemos referido, el 
conde de Montecristo marchó efectivas 
mente a Auteuil con Al, muchos cria: 
dos y los caballos que quería probar. 
La llegada de Bertuccio, que volvía de 
Normandía con noticias de la casa Y 
de la corbeta, determinó este viaje, en 
el que «el conde no pensaba la víspera. 
La casa estaba pronta, y la corbeta 
hacía ocho dias que se hallaba al ancla 
en una rada pequeña, después de haber 
- «Semaplido con las formalidades exigidas, 
y pronta a darse de nuevo a la yela, El
	        
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