EL CONDE DE
== Lo conozco, sabré si decís verdad.
—Señor abate, la he dicho.
—¿ Este inglés es, pues, vuestro pro-
tector ?
—No ; pero lo es de un joven corso
Mi compañero en la cadena.
—¿Cómo se llama ese corso?
—bBenedetto.
—¿ Ese será su nombre de bautismo?
—No tenía otro; era un expósito.
—¿ Y ese joven se fugó con vos?
al,
—¿ Y cómo?
—Trabajamos en San Mandier, cer-
ta de Tolón. ¿Conocéis a San Man-
dier?
—-SÍ.
-—Pues bien ; ínterin dormían desde
las doce a la una...
—Forzados que duermen la siesta,
|compadecedlos !... — dijo el abate.
—¡ Cómo! — dijo Caderousse— >; no
B8 puede trabajar siempre, no somos
Perros.
—Más valen los perros — dijo Mon-
becristo.
- ——Mientras que los otros dormían la
Slesta, nos alejamos un poco, limamos
Muestras cadenas con una lima que nos
dió el inglés y nos salvamos a nado.
—¿Y qué ha sido de Benedetto?
—No lo sé.
—Debéis saberlo.
—No, en verdad no lo sé; nos sepa-
tamos en Hyéres.
Y como para dar más peso a su dicho,
aderousse dió un paso hacia el abate,
que permaneció inmóvil, siempre tran-
quilo e interrogador. :
- —Mientes — dijo Busoni con terrible
Acento.
—Señor abate...
—¡ Mientes! Ese hombre es aún tu
migo y quizá te sirves de él como de
Un cómplice.
— Oh ! ; Señor abate |...
—Desde que saliste de Tolón, ¿cómo
S vivido? Responde.
—Como he podido.
“—¡ Mientes! — dijo por tercera vez
8 abate con acento aún más impera-
vo...
Caderousse, aterrado, miró al conde.
.«—Has vivido — prosiguió ésbe—-, con
8l dinero que aquél te ba dado,
—Y bien, es verdad; Benedetto ha
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sido reconocido como el hijo de un gran
señor.
—¿Cómo puede ser hijo de un gran
señor ?
—Hijo natural.
—¿ Y cómo se llama ese gran señor?
—El conde de Montecristo, en cuya
casa estamos,
—¿ Benedetto hijo del conde ?—res-
pondió Montecristo admirado a su vez.
—Preciso es creerlo, puesto que el
conde le ha hallado un padre ficticio ; le
da cuatro mil francos todos los meses,
y le deja quinientos mil en su testa-
mento.
—¡ Ah, ah ! — dijo el falso abate, que
empezaba a comprender—, ¿y cómo se
llama ahora ese joven?
—£Se llama Andrés Cavalcanti.
—¡ Ah! ¿Es el joven que mi amigo
el conde de Montecristo recibe en su
casa y que se casa con mademoiselle
Danglars?
—Justamente.
—¿ Y sufrís eso, miserable, vos que
le conocéis?
—¿ Y por qué queréis que impida 'a
un camarada el hacer fortuna? — dijo
Caderousgse.
—Es justo, a mí me toca advertir-
selo,
—No hagájs tal cosa, señor abate,
—¿ Por que?
—Porque nos haríais perder nuestra
suerte.
—¿ Y creéis que para conservársela
a unos miserables como vosotros, me
haría cómplice de sus engaños y sus
crimenes?
—Señor abate — dijo Caderousse
acercándose aún más...
—Lio diré todo.
—¿A quién?
—A M. Danglars.
— Trueno de Dios! — gritó Cade-
rousse sacando de debajo del chaleco un
cuchillo y dando en medio del pecho al
conde—, ¡nada dirás, abate !
Con gran admiración de Caderousse.
el puñal retrocedió con la punta rota en
lugar de penetrar en el pecho del con-
de; ignoraba que éste llevaba puesta
una cota de malla.
Al mismo tiempo el fingido abate acva-
rró con la mano izquierda la del ase-
sino por la muñeca, y le torció el brazo
RATA
e
y
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