Full text: Tomo 2 (2)

EL CONDE DE 
== Lo conozco, sabré si decís verdad. 
—Señor abate, la he dicho. 
—¿ Este inglés es, pues, vuestro pro- 
tector ? 
—No ; pero lo es de un joven corso 
Mi compañero en la cadena. 
—¿Cómo se llama ese corso? 
—bBenedetto. 
—¿ Ese será su nombre de bautismo? 
—No tenía otro; era un expósito. 
—¿ Y ese joven se fugó con vos? 
al, 
—¿ Y cómo? 
—Trabajamos en San Mandier, cer- 
ta de Tolón. ¿Conocéis a San Man- 
dier? 
—-SÍ. 
-—Pues bien ; ínterin dormían desde 
las doce a la una... 
—Forzados que duermen la siesta, 
|compadecedlos !... — dijo el abate. 
—¡ Cómo! — dijo Caderousse— >; no 
B8 puede trabajar siempre, no somos 
Perros. 
—Más valen los perros — dijo Mon- 
becristo. 
- ——Mientras que los otros dormían la 
Slesta, nos alejamos un poco, limamos 
Muestras cadenas con una lima que nos 
dió el inglés y nos salvamos a nado. 
—¿Y qué ha sido de Benedetto? 
—No lo sé. 
—Debéis saberlo. 
—No, en verdad no lo sé; nos sepa- 
tamos en Hyéres. 
Y como para dar más peso a su dicho, 
aderousse dió un paso hacia el abate, 
que permaneció inmóvil, siempre tran- 
quilo e interrogador. : 
- —Mientes — dijo Busoni con terrible 
Acento. 
—Señor abate... 
—¡ Mientes! Ese hombre es aún tu 
migo y quizá te sirves de él como de 
Un cómplice. 
— Oh ! ; Señor abate |... 
—Desde que saliste de Tolón, ¿cómo 
S vivido? Responde. 
—Como he podido. 
“—¡ Mientes! — dijo por tercera vez 
8 abate con acento aún más impera- 
vo... 
Caderousse, aterrado, miró al conde. 
.«—Has vivido — prosiguió ésbe—-, con 
8l dinero que aquél te ba dado, 
—Y bien, es verdad; Benedetto ha 
MONTECRISTO 133 
sido reconocido como el hijo de un gran 
señor. 
—¿Cómo puede ser hijo de un gran 
señor ? 
—Hijo natural. 
—¿ Y cómo se llama ese gran señor? 
—El conde de Montecristo, en cuya 
casa estamos, 
—¿ Benedetto hijo del conde ?—res- 
pondió Montecristo admirado a su vez. 
—Preciso es creerlo, puesto que el 
conde le ha hallado un padre ficticio ; le 
da cuatro mil francos todos los meses, 
y le deja quinientos mil en su testa- 
mento. 
—¡ Ah, ah ! — dijo el falso abate, que 
empezaba a comprender—, ¿y cómo se 
llama ahora ese joven? 
—£Se llama Andrés Cavalcanti. 
—¡ Ah! ¿Es el joven que mi amigo 
el conde de Montecristo recibe en su 
casa y que se casa con mademoiselle 
Danglars? 
—Justamente. 
—¿ Y sufrís eso, miserable, vos que 
le conocéis? 
—¿ Y por qué queréis que impida 'a 
un camarada el hacer fortuna? — dijo 
Caderousgse. 
—Es justo, a mí me toca advertir- 
selo, 
—No hagájs tal cosa, señor abate, 
—¿ Por que? 
—Porque nos haríais perder nuestra 
suerte. 
—¿ Y creéis que para conservársela 
a unos miserables como vosotros, me 
haría cómplice de sus engaños y sus 
crimenes? 
—Señor abate — dijo Caderousse 
acercándose aún más... 
—Lio diré todo. 
—¿A quién? 
—A M. Danglars. 
— Trueno de Dios! — gritó Cade- 
rousse sacando de debajo del chaleco un 
cuchillo y dando en medio del pecho al 
conde—, ¡nada dirás, abate ! 
Con gran admiración de Caderousse. 
el puñal retrocedió con la punta rota en 
lugar de penetrar en el pecho del con- 
de; ignoraba que éste llevaba puesta 
una cota de malla. 
Al mismo tiempo el fingido abate acva- 
rró con la mano izquierda la del ase- 
sino por la muñeca, y le torció el brazo 
RATA 
e 
y 
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