Full text: Tomo 2 (2)

EL CONDB DE 
Los esterletes se pescan solamente en 
el Volga. 
—¡ 0h ! — dijo Cavalcanti—. Sólo en 
el lago Pusaro es donde se pescan lam- 
preas de esa dimensión. 
—¡ Imposible | — exclamaron a un 
mismo tiempo todos los convidados. 
—Pues bien; eso justamente es lo 
que me divierte — dijo Montecristo—. 
Yo soy como Nerón, cupilor imposibt- 
lium ; y por esto mismo esta carne, que 
tal vez no valga la mitad que la del 
salmón, os purecerá ahora deliciosa, 
porque no podíuis procurárosla en vues- 
bra imaginación, y, sin embargo, la te- 
néis aquí. 
—¿Pero cómo han podido transpor- 
tar estos dos pescados a Paris? 
—¡ 0h ! ¡ Dios mío!... Nada más sen- 
cillo: los han traído en un gran tonel, 
rodeado uno de rosales y hierbas de río, 
y el otro de plantas de lago ; se les pu- 
so por tapadera una rejilla, y ban vivi- 
do así : el esterlete doce días y la lam- 
prea ocho, y todos vivían perfectamen- 
te cuando mi cocinero se apoderó de 
ellos para componerlos como los veis. 
¿No lo creéis, señor Danglars? 
—Mucho lo dudo al menos — respon- 
dió sonriéndose. 
—Bautista — dijo Montecristo—, ha- 
ced que traigan el otro esterlete y la 
otra lamprea ; va sabéis, los que vinie- 
ron en otros toneles y que viven aún. 
Danglars se quedó admirado ; todos 
los demás aplaudieron con frenesí. 
Cuatro criados trajeron dos toneles 
rodeados de plantas marinas, en las cua- 
les palpitaban dos pescados semejantes 
a los que se habían servido en la mesa, 
—¿ Y por qué habéis traido dos de 
cada especie? — preguntó Danglars. 
—Porque uno podía morirse — reg- 
pondió sencillamente Montecristo. 
—Sois hombre prodigioso—dijo Dan- 
glars—. Bien dicen los filósofos : no hay 
nada como tener una fortuna. 
—Y sobre todo, tener ideas — dijo 
madama Danglars. 
— ¡Oh! No me hagáis ese honor, se- 
fora ; los romanos hacian esto muy a 
menudo, y Plinio cuenta que enviaban 
de Ostia a Roma, con esclavos que los 
llevaban sobre sus cabezas, pescados de 
la especie que ellos llamaban mulas, y 
que, según la pintura que hacen de él, 
MONTECRISTO 
es probablemente el dorado. También 
era lujo tenerlos vivos, y un espectácu- 
lo muy divertido el verlos morir ; porque 
en la agonía cambiaban tres o cuatro 
veces de color, y, como un arco iris que 
se evapora, pasaban por todos los colo- 
res del prisma, después de lo cual los 
enviaban a las cocinas. Su agonía tenla 
también su mérito. Si no los veían vi- 
vos, los despreciaban muertos. 
—Si — dijo Debray—, pero de Ostia 
a Roma no hay más de seis a siete le- 
guas., 
— Ah! ¡Es verdad ! — dijo Monte- 
cristo—. ¿Pero en qué consistiría el mé- 
rito si mil ochocientos años después de 
Lúculo no se hubiera adelantado nada ? 
Los dos Cavalcanti estaban estupe- 
facbos ; pero no pronunciaban palabra. 
— Todo eso es admirable — dijo Cha- 
teau Renaud—; sin embargo, lo que 
más me extraña es la admirable pron- 
titud con que sois servido. ¿Es verdad, 
señor conde, que esta casa la habéis 
comprado hace cinco días? 
—A fe mía, todo lo más — respondió 
Montecristo. 
—¡ Pues bien !... Estoy seguro de que 
en ocho días ha sufrido una transforma. 
ción completa, porque si no me engaño, 
tenía otra entrada y el patio estaba em- 
pedrado y vacío, al paso que hoy el na. 
tio es un magnífico jardín, con árboles 
que parecen tener cien años lo menos, 
—¿Qué queréis?... Me gusta el fo- 
llaje y la sombra — dijo Montecristo. 
—En efecto — dijo madama de Vi- 
llefort—, antes se entraba por una puer- 
ta que cala al camino, y el día en que 
me libertasteis milagrosamente, me hi- 
cistels entrar por ella a la casa. 
—SÍ, señora —dijo Montecristo— ; 
pero después he preferido una entrada 
que me permitiese ver el Bosque de Bo- 
lonia al través de mi reja. 
¡ En cuatro días |! — dijo Morrel—, 
¡ Qué prodigio !... 
— En efecto — dijo Chateau Re- 
naud—, de una casa vieja hacer una 
hueva, es milagroso ; porque la casa es- 
taba muy vieja y era muy triste. Me 
acuerdo que mi madre me encargó que 
la viese cuando M. de Saint-Meran la 
puso en venta hará dos o tres años. 
—M. de Saint-Meran — dijo mada» 
ma de Villefort— ; ¿pero esta casa per- 
o
	        
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