144
—-Parece que era un provenzal ; mon-
sieur de Villefort ha oído hablar de él
cuando estaba en Marsella, y M. Dan-
glars se acuerda de haberlo visto; el
resultado es que el señor procurador del
rey ha tomado con mucho calor el ue-
gocio, según parece, y ha interesado
Hasta el más alto grado al prefecto de
olicía. Gracias a este interés, al que
E estoy sumamente reconocido,
hace
quince días que me envían a 3uantos
ladrones pueden coger en París y ss
cercanías, bajo el pretexto de que son
los asesinos de M. de uma: v el
resultado será que, si esto continúa,
dentro de tres meses no habrá en el
hermoso reino de Francia un ladrón o
asesino que no tenga en la uña el plano
de mi casa ; tomo, pues, el partido de
abandonársela toda, y me voy tan lejos
como me alcance la tierra. Venid con-
migo, vizconde, os llevo de buena gana.
—Con mucho gusto.
—Entonces, ¿es cosa hecha?
—S8í; pero ¿adónde vamos?
—¿ Dónde? Os lo he dicho; dondo el
aire es más puro, donde el ruido ador-
mece, donde, por orgulloso que el homi-
bre sea, se siente humillado y peque-
ño; amo estas impresiones, yo a quien
llaman el dueño del: mundo, como a
Augusto.
—¿ Pero adónde vais?
—Al mar, vizconde, al mar, soy un
marino; niño me he mecido en los bra-
zos del viejo Océano, y he reposado
en el seno de la bella Anfitrite; he ju-
gado con la verde capa del uno y con
>] azulado vestido de !a otra; amo al
«mar como se ama a una querida, y no
puedo estar separado mucho tiempo
do él.
-—Vamos, conde, vamos,
—¿Al mar?
-—SÍ,
-—¿ Aceptáis?
— Acepto.
—Pues bien, vizconde : esta tarde es-
"tará en mi patio un buen briska de via-
je, en el que pueda uno recostarse co-
mo en su cama. Este briska será con-
Jucido por cuatro caballos de posta.
M. Beauchamp, caben cuatro cómoda-
Iinente. ¿Queréis venir con nosotros?
Os llevo también.
-—Gracias, vengo del mar.
ALEJANDRO DUMAS
io ¿Ventls m0: mar?
he hecho una pequeña
sión a ds islas ia,
—¡ Qué importa! Venid — dijo Al-
berto.
—No, mi querido Morcef ; debéis co-
nocer que cuando rehuso es porque me
es imposible; además — añadió bajan=-
do la voz —, €s pre ISO que permanezca
en París aunque no sea más que para
cuidar de las comunicaciones que pue-
dan hacerse al periódico.
—¡ Ah! Sois un bueno y excelente
amigo — dijo Alberto—. Vigilad, mi
querido Beauchamp, y Spreva descu-
brir al enemigo a quien debemos esta
fatal revelación.
Alberto y Beauchamp se separaron,
y, apretándose mutuamente la mano se
dijeron cuanto delante de un extraño no
podían pronunciar sus labios.
Excelente joven es este Beauchamp
—<dijo Montecristo, después que se mar-
excur-
po, o)
chó el periodista—. ¿Es verdad, Al-
berto? ;
—¡ Ab! Sf, un hombre singular, os
lo aseguro, le quiero con toda mi alma ;
pero, ya que estamos solos, aunque me
es indiferente, os preguntaré : ¿adónde
vamos?
—A Normandía, si os parece.
—¿ Estaremos enteramente en el
campó, sin sociedad, sin vecinos?
—$1, no tendremos más que caballos
para correr, perros para cazar y una
barca para pescar
—Es cuanto necesito : voy a preve:
nir a mi madre, y estoy a vuestras órs
denos.
—Pero — dijo
permitirán venir?
—¿ Qué?
—Venir a Normandía,
—¡ A mí! Soy enteramente libre.
-—Para ir dondo os parezca solo, sl,
lo sé, pues os he encontrado en Italia.
—¡ Y bien!
—¡ Pero venir con el hombre miste-
rioso a quien llaman el conde de Mon-
tecristo !...
—Poca memoria tenéis, conde.
—¿ Por qué?
e orque habéis olvidado que os he
dicho el mucho afecto y gran simpatia
que mi madre os profesa.
-—Muchas veces la mujer varía, LS
Montecristo—, ¿08