Full text: Tomo 2 (2)

EL CONDE DE 
dicho Francisco 1; la mujer es como la 
onda, dijo Shakespeare : el uno era un 
pran rey, el otro, un gran poeta, y am- 
s debían conocer a la mujer. 
—51, la mujer; pero mi madre no es 
la mujer, es una mujer... 
—Permitid a un extranjero el igno- 
rar la fuerza de las expresiones de 
Vuestro idioma, 
—(Quiero decir que mi madre es poco 
Pródiga en sus afecciones; pero, una 
Vez que las concede, son para siempre. 
—| Ah | — dijo suspirando Montecris- 
to—, ¿y creóis que me haga el honor 
de dispensarme algún afecto particular, 
y no la más pura indiferencia ? 
—Escuchad — respondió. Morcef—, 
Os lo he dicho y os lo repito ; es preciso 
que seáis un hombre muy superior. 
—¡ Oh | 
—$Í; porque mi madre ha sido sub- 
yugada por vos, le inspiráis un gran 
Interés, y cuando estamos solos no me 
habla más que de vos. 
—¿0Os dice que desconfiéis de Man- 
fredo ? 
—Al contrario, me dice: Morcef, 
Creo al conde noble y generoso, procura 
que te ame. 
Montecristo volvió la vista y suspiró. 
—¡ Ah! verdaderamente — dijo. 
-—De suerte que —- continuó Alber- 
to—, conoceróis que, lejos de oponerse 
a mi viaje, lo aprobará, puesto que en- 
tra en las recomendaciones que me hace 
lariamente. 
—Id, pues — dijo Montecristo—, y 
hasta la tarde ; estad aquí a las cinco, 
€garemos allá a las doce o la una. 
—¡ Cómo! ¿A Tréport? 
—A Tréport o sus cercanías. 
—¿Sólo necesitáis ocho horas para 
Wndar cuarenta y ocho leguas? 
“Y aun es mucho — dijo Monte- 
Cristo, 
—Ciertamente, sois el hombre de los 
Drodigios ; y llegaréis no sólo a ir más 
Veloz que los vagones de los caminos 
30 hierro, lo que en Francia no es mus 
“ifícil, sino que sobrepujaréis en velo- 
“idad al telégrafo. 
—Con todo, vizconde, como necesi- 
“ios siete u ocho horas para llegar 
pad exacto... 
—Estad sin cuidado, no tengo hasta 
CONDE 10.—ToMO 11 
NMONTECLISTO 
esa hora ninguna otra cosa más que ha- 
cer que preparar mi viaje. 
-—Hasta las cinco, pues. 
—Hasta las cinco. 
Alberto salió; Montecristo, después 
de saludarle sonriendo, permaneció un: 
instante pensativo y como absorto en 
una profunda meditación : finalmente, 
pasando la mano sobre su frente como 
para apartar una molesta idea, se le- 
vantó, se acercó a un tímpano y dió dos 
golpes. 
Al ruido de los golpes dados por Mon- 
tecristo en el tímpano, entró Bertuc- 
cio, 
—feñor Bertuccio — le dijo—, no es 
ya mañana o pasado mañana, como ha- 
bía pensado antes, sino esta tarde mis- 
ma, cuando quiero salir para Norman- 
día ; desde ahora hasta las cinco tendis 
tiempo sobrado; haced que estén pre- 
venidos los palafreneros del primer re- 
levo; M. de Morcef me acompaña, id, 
pues. 
Bertuccio obedeció ; un postillón salió 
a escape a Pontoise para decir que a las 
seis en punto pasaría la silla de posta ; 
desde Pontoise pasó el aviso al relevo 
siguiente, y así continuó de relevo en 
relevo, de suerte que, seis horas des- 
pués, todos estaban advertidos y pron- 
tos. 
Antes de salir, el conde subió a ver y 
Haydée, le anunció su viaje y puso toda 
la casa a su disposición. Alberto fué 
exacto ; el viaje, triste al principio, se 
modificó poco a poco. Morcef no teníw 
idea de un modo de viajar tan acelera- 
do y al mismo tiempo tan cómodo ; Mix 
nifestólo así al conde, y éste le dijo : 
-—lg verdad, no podéis tener idea de 
este modo de viajar con vuestras postas, 
que corren solamente dos leguas por 
hora, mucho menos con la estúpida ley 
que prohibe que ningún viajero pase añn- 
tes que otro ; de suerte que un enfermo 
o un majadero detiene y encadena, por 
decirlo así, tras él, a los demás, aun- 
que éstos, sanos y alegres, quieran co- 
rrer doble; para evitar estos inconve- 
nientes viajo siempre con postillones y, 
caballos míos. ¿No es esto, Al? 
Y el conde, asomando la cabeza por 
la portezuela, dió una especie de chi- 
llido, para excitar a los caballos ; pare- 
cla que les habían nacido alas, 
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