Full text: Tomo 2 (2)

EL CONDE DE 
del aprecio que 0s merezco. Por consi- 
guiente no perdamos tiempo en preám- 
bulos : ¿tenéis alguna idea de parte de 
quién puede venir el golpe? 
—OQs8 diré lo que sé. 
—l; an ro antes, amigo mio, debéis 
referirme la historia de esa abomina- 
ble traición con todos sus pormenores. 
Y Beauchamp contó al joven, abru- 
mado de vergiienza y de dolor, los he- 
chos que vamos a referir con toda sen- 
cillez. 
Lia mañana de la antevíspera, el ar- 
tículo había aparecido en El Impar- 
cial y en otro periódico, y lo que es 
más todavía, en un periódico muy co- 
nocido por pertenecer al Gobierno. 
Be: papi estaba almorzando cuando 
leyó el artículo ; envió inmedi atamente 
a buscar un cabriolé, y sin acabar de 
almorzar, marchó a la redacción del 
diario ministerial. 
Aunque de ideas políticas enteramen- 
te opuestas a las del director del perió- 
dico acusador, Beauchamp, como suce- 
de muchas veces, y aun diremos siem- 
pre, era íntimo amigo suyo. 
Encontró al director que tenía en las 
manos su propio periódico, y parecía 
que estaba leyendo con la mayor com- 
placencia un articulito sobre el azúcar 
de remolacha, que probablemente sería 
de su cosecha. 
— Ab! — dijo Beauchamp—. Su- 
Puesto que tendis en la mano vuestro 
periódico, excuso deciros a qué vengo. 
—¿Sois acaso partidario de la caña 
de azúcar? — dijo el director del perió- 
dico ministerial. 
—No -—— contestó Beauchamp—, y 
hasta soy extraño a la cuestión : vengo 
Por otra cosa. 
-—¿ Otra cosa? 
—Por el artículo de Morcef. 
¡Ah! ya. ¿No es verdad que no 
deja A ser bastante curioso ? 
—Tan curioso, que arriesgáis, a nd 
Parecer, veros complicado en una cau- 
sa de dudoso resultado. 
—No, por cierto ; hemos recibido con 
la nota todos los documentos justifica- 
bivos, y estamos perfectamente conven- 
cidos de que M. de Morcef no dará nin- 
gún paso; por otra parte, es hacer un 
ien al país denunciarle los miserables 
indignos del honor que se les hace. 
MONTECRISTO 
Beauchamp se quedó cortado, 
—-¿Pero quién os ha dado tan com- 
pletos pormenores? — preguntó—. Por» 
que mi periódico, que fué el primero que 
habló del particular, tuvo que abstener- 
se por falta de pruebas, y, sin embar- 
go, estamos más interesados que vos 
en arrancar la máscara a M. de Morcef, 
puesto que es par de Francia y nos- 
otros hacemos la oposición. 
-—¡Oh! Nada más sencillo: no he- 
mos corrido detrás del escándalo; ha 
venido él a m6 Un hombre que 
acaba de llegar de Janina nos trajo ayer 
todos esos document tos, y como mani- 
festásemos algún reparo en insertar la 
acusación, nos dijo que si nos negába- 
mos se publi saría el artículo en otro 
periódico. Nadie mejor que vos sabe 
cuánto vale una noticia interesante ; no 
quisimos desperdiciarla. El golpe está 
dado, es terrible, y resonará en toda 
Europ: 
Beauchamp conoció que mo había 
más remedio que bajar la cabeza, y 
salió a la desesperada para envíar un 
correo a Morcef. 
Pero lo que no había podido escribir 
a Alberto, porque lo que vamos a .refe- 
rir fué posterior a la salida del correo, 
25 que el mismo día, en la Cámara de 
los Pares, se había notado una agitación 
extraordinaria. Los pares iban llegan- 
do antes de la hora, y hablaban del si. 
niestro acontecimiento que iba a ocu- 
par la atención pública y a fijarla en 
uno de los miembros más conocidos del 
ilustre cuerpo. 
Loíase el artículo en voz baja, ha- 
clanse comentarios, y los recuerdos que 
se suscitaban precisaban más y más los 
hechos. El conde de Morcef no era que- 
rido de sus colegas. Como todos los que 
han salido de la nada, para. conservarse 
a la altura de la clase, tenía que obser- 
var un exceso de altivez. Los grandes 
aristócratas se relan de él; los talentos 
lo repudiaban y las alorias - pura” le des- 
preciaban por instinto. Á este fatal ex- 
tremo de víctima expiatoria había lle- 
gado el conde. Una vez designada por 
el dedo del Señor para el fatal sacníi- 
cio, todos se prepararon para gritar: 
¡ Justicia ! 
El condo d de Morcef era el único que 
nada sabía. No recibía el periódico que 
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