EL CONDE DE
del aprecio que 0s merezco. Por consi-
guiente no perdamos tiempo en preám-
bulos : ¿tenéis alguna idea de parte de
quién puede venir el golpe?
—OQs8 diré lo que sé.
—l; an ro antes, amigo mio, debéis
referirme la historia de esa abomina-
ble traición con todos sus pormenores.
Y Beauchamp contó al joven, abru-
mado de vergiienza y de dolor, los he-
chos que vamos a referir con toda sen-
cillez.
Lia mañana de la antevíspera, el ar-
tículo había aparecido en El Impar-
cial y en otro periódico, y lo que es
más todavía, en un periódico muy co-
nocido por pertenecer al Gobierno.
Be: papi estaba almorzando cuando
leyó el artículo ; envió inmedi atamente
a buscar un cabriolé, y sin acabar de
almorzar, marchó a la redacción del
diario ministerial.
Aunque de ideas políticas enteramen-
te opuestas a las del director del perió-
dico acusador, Beauchamp, como suce-
de muchas veces, y aun diremos siem-
pre, era íntimo amigo suyo.
Encontró al director que tenía en las
manos su propio periódico, y parecía
que estaba leyendo con la mayor com-
placencia un articulito sobre el azúcar
de remolacha, que probablemente sería
de su cosecha.
— Ab! — dijo Beauchamp—. Su-
Puesto que tendis en la mano vuestro
periódico, excuso deciros a qué vengo.
—¿Sois acaso partidario de la caña
de azúcar? — dijo el director del perió-
dico ministerial.
—No -—— contestó Beauchamp—, y
hasta soy extraño a la cuestión : vengo
Por otra cosa.
-—¿ Otra cosa?
—Por el artículo de Morcef.
¡Ah! ya. ¿No es verdad que no
deja A ser bastante curioso ?
—Tan curioso, que arriesgáis, a nd
Parecer, veros complicado en una cau-
sa de dudoso resultado.
—No, por cierto ; hemos recibido con
la nota todos los documentos justifica-
bivos, y estamos perfectamente conven-
cidos de que M. de Morcef no dará nin-
gún paso; por otra parte, es hacer un
ien al país denunciarle los miserables
indignos del honor que se les hace.
MONTECRISTO
Beauchamp se quedó cortado,
—-¿Pero quién os ha dado tan com-
pletos pormenores? — preguntó—. Por»
que mi periódico, que fué el primero que
habló del particular, tuvo que abstener-
se por falta de pruebas, y, sin embar-
go, estamos más interesados que vos
en arrancar la máscara a M. de Morcef,
puesto que es par de Francia y nos-
otros hacemos la oposición.
-—¡Oh! Nada más sencillo: no he-
mos corrido detrás del escándalo; ha
venido él a m6 Un hombre que
acaba de llegar de Janina nos trajo ayer
todos esos document tos, y como mani-
festásemos algún reparo en insertar la
acusación, nos dijo que si nos negába-
mos se publi saría el artículo en otro
periódico. Nadie mejor que vos sabe
cuánto vale una noticia interesante ; no
quisimos desperdiciarla. El golpe está
dado, es terrible, y resonará en toda
Europ:
Beauchamp conoció que mo había
más remedio que bajar la cabeza, y
salió a la desesperada para envíar un
correo a Morcef.
Pero lo que no había podido escribir
a Alberto, porque lo que vamos a .refe-
rir fué posterior a la salida del correo,
25 que el mismo día, en la Cámara de
los Pares, se había notado una agitación
extraordinaria. Los pares iban llegan-
do antes de la hora, y hablaban del si.
niestro acontecimiento que iba a ocu-
par la atención pública y a fijarla en
uno de los miembros más conocidos del
ilustre cuerpo.
Loíase el artículo en voz baja, ha-
clanse comentarios, y los recuerdos que
se suscitaban precisaban más y más los
hechos. El conde de Morcef no era que-
rido de sus colegas. Como todos los que
han salido de la nada, para. conservarse
a la altura de la clase, tenía que obser-
var un exceso de altivez. Los grandes
aristócratas se relan de él; los talentos
lo repudiaban y las alorias - pura” le des-
preciaban por instinto. Á este fatal ex-
tremo de víctima expiatoria había lle-
gado el conde. Una vez designada por
el dedo del Señor para el fatal sacníi-
cio, todos se prepararon para gritar:
¡ Justicia !
El condo d de Morcef era el único que
nada sabía. No recibía el periódico que
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