Full text: Tomo 2 (2)

EL CONDE DE 
—¡ Yo! Dejadme en paz, principe— 
dijo Montecristo, apoyando  singular- 
- Imente sobre el título—, ¿Qué he hecho 
yo por vos? ¿Vuestro nombre y vues- 
tra posición social no bastan? 
—No — dijo Andrés—, no, y por más 
que digáis, señor conde, yo sostendré 
que la posición de un hombre tal como 
vos ha hecho más que mi nombre, mi 
posición social y mi mérito. 
—UOs engañáils completamente—dijo 
con frialdad Montecristo, que conoció 
la perfidia del joven y a dónde iban a 
B de sus palabras— ; mi protección la 
habéis adquirido, gracias al nombre de 
la influencia y fortuna de vuestro pa- 
dre; jamás os había visto, nia vos nia 
él, y mis dos buenos amigos lord Wil- 
moro y el abate Busoni fueron los que 
me proporcionaron vuestro conocimien- 
to que me ha animado, no a serviros de 
garantía, pero sí a patrocinaros, y el 
hombre de vuestro padre, tan conocido 
y respetado en Italia; por lo demás, 
personalmente yo no 08 CONOZCO. 
Aquella calma, aquella perfecta liber- 
tad, hicieron comprender a Andrés que 
estaba detenido por una mano fuerte, 
Y no era fácil quebrar el lazo. 
—¿Pero mi padre tiene esa gran for- 
funa, conde? 
—Parece que sí — respondió Monte- 
Cristo, 
—¿Sabéis si la dote que me ba pro- 
metido ha llegado? 
—Ho recibido carta de aviso, 
—¿Pero los tres millones? 
—Los tres millones están en camino, 
Según toda probabilidad. 
—¿Pero los tomaré realmente ? 
.. —Paróceme que hasta el presente, el 
hero no os ha hecho falta, 
Andrés se sorprendió tanto, que per- 
Maneció un momento pensativo; lue- 
80 dijo : 
—Mo falta solamente pediros una co- 
52, y ésa la comprenderéis, aun cuan- 
deba no seros agradable, 
——Hablad -—— dijo Montecristo, 
—Estoy en relaciones, gracias a mi 
Posición, con muchas personas de dis- 
tinción, y en la actualidad tengo una 
Porción de amigos; pero, al casarme, 
“omo lo hago, ante toda la sociedad pa- 
risiense, debo ser sostenido por un hom. 
e. ilustro y a falta de mi padre una 
MONTECRISTO 197 
mano poderosa debe conducirme al al- 
tar: mi padre no vendrá a París, ¿no 
es verdad ? 
—Lkis viejo, está cubierto de heridas 
y sufre una agonía en un viajo, 
—Lo comprendo ; ; ¡y bien! Vengo a 
pediros UNA COSA. 
-¿A mí? 
—Kl, 2 VOS, 
—¿Y cuál? ¡ Dios mio! 
—Que le reemplacéis. 
—¡ Ah! Mi querido, después de las 
muchas relaciones que he tenido la di- 
cha de tener con vos, ¿me conocéis tan 
mal que me pedis semejante cosa? De- 
cidme que os preste medio millón, y 
aunque sea un préstamo raro os lo da- 
ró. Babed, y creo habéroslo dicho ya, 
que el conde de Montecristo no ha de- 
jado de tener jamás los escrúpulos, a 
mejor, las supersticiones de un hombre 
de Oriente en todas las cosas de este 
mundo; ahora bien: yo que tengo 
un serrallo en el Cairo, otro en Cons- 
tantinopla, y otro en Smimna, ¿que pre= 
sida un matrimonio? Eso no, jamás, 
—¿Conque rehusáis ? 
—Claro, aunque fueseis mi hijo, aun- 
que fueseis mi hermano, rehusaría 
lo mismo. 
—¡ Ah! Por ejemplo — dijo Andrés 
desorientado—, ¿Cómo lo haré en- 
tonces? 
—Tenéis cien amigos, vos mismo lo 
habdis dicho, 
—51 ; pero fuisteis vos quien me pre- 
sentó en casa de Danglars. 
—Nada de eso ; rec tifiquemos los he- 
chos : os hice comer en mi casa un == 
en que él comió también en Auteuil, 
después os presentasteis solo; es Pads 
diferente. 
—£S1; pero habéis contribuido a xi 
matrimonio. 
—¡ Yo! En nada, creedlo así, y acor- 
daos de lo que os respondía cuando vi- 
nisteis a rogarme que la pidiese para 
vOS ;, jamás contribuyo a ningún matri- 
monio ; es un principio en mí. 
Andrós se mordió los labios, 
—Pero, al fin — dijo—, ¿estaréis 
presente al menos? 
—Todo París estará. 
-——Ciertamente. 
—Pues estaré como todo París — aña. 
dió el conde,
	        
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