EL CONDE DE
—¡ Yo! Dejadme en paz, principe—
dijo Montecristo, apoyando singular-
- Imente sobre el título—, ¿Qué he hecho
yo por vos? ¿Vuestro nombre y vues-
tra posición social no bastan?
—No — dijo Andrés—, no, y por más
que digáis, señor conde, yo sostendré
que la posición de un hombre tal como
vos ha hecho más que mi nombre, mi
posición social y mi mérito.
—UOs engañáils completamente—dijo
con frialdad Montecristo, que conoció
la perfidia del joven y a dónde iban a
B de sus palabras— ; mi protección la
habéis adquirido, gracias al nombre de
la influencia y fortuna de vuestro pa-
dre; jamás os había visto, nia vos nia
él, y mis dos buenos amigos lord Wil-
moro y el abate Busoni fueron los que
me proporcionaron vuestro conocimien-
to que me ha animado, no a serviros de
garantía, pero sí a patrocinaros, y el
hombre de vuestro padre, tan conocido
y respetado en Italia; por lo demás,
personalmente yo no 08 CONOZCO.
Aquella calma, aquella perfecta liber-
tad, hicieron comprender a Andrés que
estaba detenido por una mano fuerte,
Y no era fácil quebrar el lazo.
—¿Pero mi padre tiene esa gran for-
funa, conde?
—Parece que sí — respondió Monte-
Cristo,
—¿Sabéis si la dote que me ba pro-
metido ha llegado?
—Ho recibido carta de aviso,
—¿Pero los tres millones?
—Los tres millones están en camino,
Según toda probabilidad.
—¿Pero los tomaré realmente ?
.. —Paróceme que hasta el presente, el
hero no os ha hecho falta,
Andrés se sorprendió tanto, que per-
Maneció un momento pensativo; lue-
80 dijo :
—Mo falta solamente pediros una co-
52, y ésa la comprenderéis, aun cuan-
deba no seros agradable,
——Hablad -—— dijo Montecristo,
—Estoy en relaciones, gracias a mi
Posición, con muchas personas de dis-
tinción, y en la actualidad tengo una
Porción de amigos; pero, al casarme,
“omo lo hago, ante toda la sociedad pa-
risiense, debo ser sostenido por un hom.
e. ilustro y a falta de mi padre una
MONTECRISTO 197
mano poderosa debe conducirme al al-
tar: mi padre no vendrá a París, ¿no
es verdad ?
—Lkis viejo, está cubierto de heridas
y sufre una agonía en un viajo,
—Lo comprendo ; ; ¡y bien! Vengo a
pediros UNA COSA.
-¿A mí?
—Kl, 2 VOS,
—¿Y cuál? ¡ Dios mio!
—Que le reemplacéis.
—¡ Ah! Mi querido, después de las
muchas relaciones que he tenido la di-
cha de tener con vos, ¿me conocéis tan
mal que me pedis semejante cosa? De-
cidme que os preste medio millón, y
aunque sea un préstamo raro os lo da-
ró. Babed, y creo habéroslo dicho ya,
que el conde de Montecristo no ha de-
jado de tener jamás los escrúpulos, a
mejor, las supersticiones de un hombre
de Oriente en todas las cosas de este
mundo; ahora bien: yo que tengo
un serrallo en el Cairo, otro en Cons-
tantinopla, y otro en Smimna, ¿que pre=
sida un matrimonio? Eso no, jamás,
—¿Conque rehusáis ?
—Claro, aunque fueseis mi hijo, aun-
que fueseis mi hermano, rehusaría
lo mismo.
—¡ Ah! Por ejemplo — dijo Andrés
desorientado—, ¿Cómo lo haré en-
tonces?
—Tenéis cien amigos, vos mismo lo
habdis dicho,
—51 ; pero fuisteis vos quien me pre-
sentó en casa de Danglars.
—Nada de eso ; rec tifiquemos los he-
chos : os hice comer en mi casa un ==
en que él comió también en Auteuil,
después os presentasteis solo; es Pads
diferente.
—£S1; pero habéis contribuido a xi
matrimonio.
—¡ Yo! En nada, creedlo así, y acor-
daos de lo que os respondía cuando vi-
nisteis a rogarme que la pidiese para
vOS ;, jamás contribuyo a ningún matri-
monio ; es un principio en mí.
Andrós se mordió los labios,
—Pero, al fin — dijo—, ¿estaréis
presente al menos?
—Todo París estará.
-——Ciertamente.
—Pues estaré como todo París — aña.
dió el conde,