EN CONDE DÉ
- ——¿Veremos salir hoy otro cadáver de
Casa del procurador del rey?
Un temblor se apoderó de madama
Danglars al aspecto de aquella desola-
da casa, bajó del coche, acercóso a la
Puerta, que estaba cerrada, y llamó.
Después que con lúgubre sonido re-
Bonó la campanilla por tres veces, fué
-— Suando apareció el conserje, entre-
Abriendo la puerta lo bastante solamen-
de, para ver quién llamaba.
Vió una señora elegantemente vesti-
que se conocía bastante pertenecer a
la alta clase, y con todo, la puerta per-
Maneció cerrada.
—Pero abrid, pues—dijo la baronesa.
—Ante todo, señora, ¿quién sois ?—
Preguntó el conserje.
2 —¿Que quién soy? Bien me cono-
Seis,
—No conocemos ya a nadie, señora,
—Pero, ¿estáis loco?—dijo la baro-
Desa,
—¿De parte de quién venis?
—j¡Oh! Ya es demasiado.
—Señora, es orden expresa, excusad-
Me; ¿vuestro nombre?
—La baronesa de Danglars, a quien
abéis visto veinte veces.
—¡ Es posible, señora! Ahora, ¿qué
Queréis?
—¡ Oh ! ¡Qué extrañeza ! Me quejaré
a M, de Villefort de la impertinencia
e sus criados.
—Señora, no es impertinencia, es
Precaución ; nadie entra aquí sin una or-
en del doctor de Avrigny, o sin haber
hablado a M. de Villefort,
—Pues bien; justamente quiero ver
Para un asunto urgente al procurador
del rey.
—¿Es urgente?
—Bien debéis conocerlo, cuando no
e vuelto a tomar el coche; pero con-
“huyamos : he aquí una tarjeta, llevadla
% vuestro amo.
—La señora esperará mi vuelta.
—Bf, 1d.
El portero cerró, dejando a mada-
Ma Danglars en la calle.
Verdad es que no esperó mucho
lempo ; un momento después se abrió
% puerta, lo suficiente solamente para
Que entrase la baronesa, cerrándose in-
Mediatamente. A
legados al patio,
'
"
el conserje, -sin
MONTECRISTO 213
perder de vista la puerta un momen-
to, sacó del bolsillo un pito y lo tocó.
Presentóse a la entrada el ayuda de
cámara de M, de Villeforb,
—La señora excusará a ese buen
hombre — dijo presentándose a la ba-
ronesa— ; pero sus órdenes son bermi-
nantes, y el señor de Villefort me en-
carga diga a la señora que le ba sido
imposible obrar de otro modo.
Había en el patio un proveedor imtro-
ducido del mismo modo, y cuyas mer-
canclas examinaban.
Subió la baronesa; sentíase profun-
damente impresionada al ver aquella
bristeza, y conducida por el ayuda de
cámara llegó al gabinete del magistrado
sin que su guía la perdiese un momen-
to de vista,
Por mucho que preocupase a mada-
ma Danglars el motivo que la conducía,
empezó por quejarse de la recepción que
le hacían los criados ; pero Villefort le-
vantó su cabeza inclinada por el dolor,
con tan triste sonrisa, que las quejas
expiraron en los labios de la baronesa.
—Excusad a mis criados de un te-
rror que no puede ser un crimen ; sos-
pechados, se han hecho sospechosos.
Madama Danglars había oído hablar
varias veces del terror que causaba el
magistrado ; pero, si no lo hubiese vis-
to, jamás hubiera podido creer que lle-
gase a aquel punto.
—¿ Vos también — le dijo—, sois des-
graciado ?
-——Sí — respondió el magistrado.
—¿ Me compadecéis entonces?
—Sinceramente, señora.
—¿ Y comprendéis el motivo de mi
visita ?
—¿ Vais a hablarme de lo que os ha
sucedido ?
-—Sí, una gran desgracia.
—Es decir, un desengaño.
—;¡ Un desengaño! — exclamó la by-
ronesa.
—Desdichadamente, señora, he lle-
gado 2 no llamar desgracias más que a
las irreparables.
—¿Y creéis que se olvidará?
—Todo se olvida — respondió Ville-
fort—P mañana se casará vuestra hija,
o dentro de ocho días, si no mañana, y
en cuanto al futuro que ha, perdido
Eugenia, no creo lo echéis de.menos.