Full text: Tomo 2 (2)

EN CONDE DÉ 
- ——¿Veremos salir hoy otro cadáver de 
Casa del procurador del rey? 
Un temblor se apoderó de madama 
Danglars al aspecto de aquella desola- 
da casa, bajó del coche, acercóso a la 
Puerta, que estaba cerrada, y llamó. 
Después que con lúgubre sonido re- 
Bonó la campanilla por tres veces, fué 
-— Suando apareció el conserje, entre- 
Abriendo la puerta lo bastante solamen- 
de, para ver quién llamaba. 
Vió una señora elegantemente vesti- 
que se conocía bastante pertenecer a 
la alta clase, y con todo, la puerta per- 
Maneció cerrada. 
—Pero abrid, pues—dijo la baronesa. 
—Ante todo, señora, ¿quién sois ?— 
Preguntó el conserje. 
2 —¿Que quién soy? Bien me cono- 
Seis, 
—No conocemos ya a nadie, señora, 
—Pero, ¿estáis loco?—dijo la baro- 
Desa, 
—¿De parte de quién venis? 
—j¡Oh! Ya es demasiado. 
—Señora, es orden expresa, excusad- 
Me; ¿vuestro nombre? 
—La baronesa de Danglars, a quien 
abéis visto veinte veces. 
—¡ Es posible, señora! Ahora, ¿qué 
Queréis? 
—¡ Oh ! ¡Qué extrañeza ! Me quejaré 
a M, de Villefort de la impertinencia 
e sus criados. 
—Señora, no es impertinencia, es 
Precaución ; nadie entra aquí sin una or- 
en del doctor de Avrigny, o sin haber 
hablado a M. de Villefort, 
—Pues bien; justamente quiero ver 
Para un asunto urgente al procurador 
del rey. 
—¿Es urgente? 
—Bien debéis conocerlo, cuando no 
e vuelto a tomar el coche; pero con- 
“huyamos : he aquí una tarjeta, llevadla 
% vuestro amo. 
—La señora esperará mi vuelta. 
—Bf, 1d. 
El portero cerró, dejando a mada- 
Ma Danglars en la calle. 
Verdad es que no esperó mucho 
lempo ; un momento después se abrió 
% puerta, lo suficiente solamente para 
Que entrase la baronesa, cerrándose in- 
Mediatamente. A 
legados al patio, 
' 
" 
el conserje, -sin 
MONTECRISTO 213 
perder de vista la puerta un momen- 
to, sacó del bolsillo un pito y lo tocó. 
Presentóse a la entrada el ayuda de 
cámara de M, de Villeforb, 
—La señora excusará a ese buen 
hombre — dijo presentándose a la ba- 
ronesa— ; pero sus órdenes son bermi- 
nantes, y el señor de Villefort me en- 
carga diga a la señora que le ba sido 
imposible obrar de otro modo. 
Había en el patio un proveedor imtro- 
ducido del mismo modo, y cuyas mer- 
canclas examinaban. 
Subió la baronesa; sentíase profun- 
damente impresionada al ver aquella 
bristeza, y conducida por el ayuda de 
cámara llegó al gabinete del magistrado 
sin que su guía la perdiese un momen- 
to de vista, 
Por mucho que preocupase a mada- 
ma Danglars el motivo que la conducía, 
empezó por quejarse de la recepción que 
le hacían los criados ; pero Villefort le- 
vantó su cabeza inclinada por el dolor, 
con tan triste sonrisa, que las quejas 
expiraron en los labios de la baronesa. 
—Excusad a mis criados de un te- 
rror que no puede ser un crimen ; sos- 
pechados, se han hecho sospechosos. 
Madama Danglars había oído hablar 
varias veces del terror que causaba el 
magistrado ; pero, si no lo hubiese vis- 
to, jamás hubiera podido creer que lle- 
gase a aquel punto. 
—¿ Vos también — le dijo—, sois des- 
graciado ? 
-——Sí — respondió el magistrado. 
—¿ Me compadecéis entonces? 
—Sinceramente, señora. 
—¿ Y comprendéis el motivo de mi 
visita ? 
—¿ Vais a hablarme de lo que os ha 
sucedido ? 
-—Sí, una gran desgracia. 
—Es decir, un desengaño. 
—;¡ Un desengaño! — exclamó la by- 
ronesa. 
—Desdichadamente, señora, he lle- 
gado 2 no llamar desgracias más que a 
las irreparables. 
—¿Y creéis que se olvidará? 
—Todo se olvida — respondió Ville- 
fort—P mañana se casará vuestra hija, 
o dentro de ocho días, si no mañana, y 
en cuanto al futuro que ha, perdido 
Eugenia, no creo lo echéis de.menos.
	        
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